Son mucho más bonitos los imposibles que los errores.
En estos primeros, las imágenes parecen no desaparecer, quedan esparcidas de manera casi inapreciable en nuestra selectiva memoria, enquistadas como si de espinas se trataran. Con ello nos aferramos a palabras que todos los demás olvidaron y atesoramos gestos que nadie más vio.
Nos dan la excusa que necesitamos para atrevernos a sentir, para amarnos sin preguntas ni respuestas, con el miedo en el cogote y la ilusión en la punta de la lengua.
Nos dan la excusa que necesitamos para atrevernos a sentir, para amarnos sin preguntas ni respuestas, con el miedo en el cogote y la ilusión en la punta de la lengua.
Nadie apuesta por un error, pero sí por un imposible. Dadle las gracias a Shakespeare.