Llevo un par de horas
aquí pensándote. Tratando de explicar que tan fiero, terco, bruto y frío, me
deshaga y me desdiga cuando trato contigo. Analizando la indefensión que me
procuras encuentro que dejo tanto dentro de ti que parezco una mudanza a medio
hacer, apresurado con emoción de primerizo; también que tus palabras tienen en
mí el poder ambivalente del sol: el calor en la cara, el frío en la cruz; también
que sólo sé quererte con los nervios apretados, con la barriga vacía, con el
niño a flor de piel.
Así de ebrio y esperando
a que decida amanecer de una vez, recuerdo repentinamente volar hace unos días sobre
la noche de Nueva York. Observar desde el cielo la agitación del hombre y sus
heridas en la tierra. Hacerme conduciendo por una de esas carreteras veteadas a
lo lejos por luminarias anaranjadas; trotando la noche rodeado de otras
bestias, con la bruma polvorosa deshecha en nuestras lunas. Millones de hombres
derramados en los rincones de esta tierra como regueros de esperma enloquecido
en búsqueda de la fecundidad. Este mundo descontrolado y sin rumbo qué sabrá de
la fecundidad.
Te diré algo, amor. Yo no
ambiciono casi nada y necesito menos. A mí el progreso me es lo mismo; lo que sea
de este mundo y de las vidas de sus hombres. Las ciudades no me dicen nada, y nada
sé de ellas ni de los ambientes de sus cafés ni de sus periódicos ni de sus
hijos ni de sus protestas ni de sus calles taimadas acechando viandantes. En
cambio sí sé amar, que ya es más de lo que muchos tarados pueden decir. Yo que
nací para reírme del mundo, para ser irreductible e ingobernable, sé elegir sol
tras sol desfigurarme, deshacerme y entregarme a tu sola intención.
Porque dondequiera que
voy los edificios quedan igual de solos cuando los abandono, las lenguas
extrañas igual de extranjeras, los hospitales igual de desamparados, las curdas
llevándome a los mismos sitios pasando por distintos lugares. Al cabo, tropiezo
con la misma conclusión: encuentro las cosas desesperantes en cualquier parte, en
cambio las que me mueven no.
Por eso, mientras la
noche suave del estado de Florida me acurruca entre sus manos y su pecho, pongo
el mío donde tú estés. Con las pestañas abanicando la oscuridad, exhaustas como
remeros, voy echando el cierre. No lograré ver amanecer pero ya frente al telón
del sueño, donde cejan incluso el amor y el hastío, elijo aprovechar que tú me
mueves para enloquecer en búsqueda de tu fecundidad. Elijo para mí ambición
acostarme siempre a tu perfil izquierdo –que dices que es el bueno- dondequiera
que estén tus sueños.