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viernes, 30 de agosto de 2013

el jornal de mis ojos

 Ella está sentada en un escaloncito después del sexo: blanca, desnuda y ausente. Especialmente acalorada, se recoge el pelo en un moño sucinto para después sacar un abanico. Lo despereza con su mano derecha y comienza a volarlo. Se refresca con bocanadas de aire, moviendo la cabeza lentamente de lado a lado, estirando su cuello delgadísimo, con los ojos cerrados y el mentón alzado. La cara, los hombros, el pecho. Maneja ese artilugio centenario del mismo modo que una rusa el mortal con doble tirabuzón. Recuperada, vuelve al mundo, mira hacia abajo y sonríe distraída. Su boca tímida, agazapada en unos labios finos, y separada por surcos graciosos de dos mofletes como albaricoques, aparece y desaparece intermitentemente, transportada entre aleteos sucesivos del abanico.

Ella es, en ese instante, el tope que puede ofrecérsele a un hombre en un día para darse por satisfecho. La vuelta a casa del temporero fronterizo. El jornal de mis ojos.
Y ese abanico prosigue su batida haciendo el amor con la penumbra, con ella y conmigo, y con lo que debe de ser vida destilada a un momento.

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El 29 de diciembre de 2012 alguien dejó un comentario anónimo en una de mis primeras entradas pero quedó sin respuesta. Tarde, pero está contestado.

viernes, 16 de agosto de 2013

amour fou


Los últimos meses habían sido como una batalla en el frente de cualquier guerra. Pura distorsión. El tiempo allí era  una gota en un cubo de agua, o todo lo contrario, un efecto de mariposa y huracán. Las sonrisas se esbozaban entre lutos, a media asta. El ánimo tan pronto se sentía como septiembre en la boca de un niño o como una respiración refleja y obviada. Si sólo pudieran aguantar un poco más, algo acabaría cambiando. Pero en aquel tiempo y en aquel lugar, las expectativas incumplidas eran el cepo de las ilusiones de los hombres, que atrapadas, no morían, peor, agonizaban en un llanto feroz que resonaba en el cielo como un tambor de guerra. Los días buenos lo eran a medias en realidad, pero dejaban una estela de algo mejor, esperanza. Los malos eran mierda contra un ventilador. 


Recordaba la última noche antes de morir. Estaba tumbado en el catre, apenas un amasijo de 60 kilos de carne, rabia y confusión amarrado a su propio pecho en un gesto de amor perdido. Qué fácil era cuando dormía y qué disfuncional el resto del tiempo. Le recordó aquel viaje en autobús, antes de que todo aquello comenzara, el primero en que la sostuvo entre sus brazos y por ello se quedó mucho más rato despierto, acariciando su pelo moreno mientras dormía. Que bello. Alcanzó a dormirse repitiéndose en voz baja la consigna que, le habían asegurado al alistarse, habría de mantenerle alejado de la deserción. 


<<El alba traerá la victoria. El alba traerá la victoria. >> 


Sólo que el alba trajo metralla. Lo encontraron más tarde aquel día, junto a otros muchos, al hacer recuento. Llegó tan joven y tan ilusionado. 15 años envejecidos de golpe. Vapuleado, ensangrentado, sucio, encogido. El escombro de un hombre, extrañamente sonriente. Al menos ya estaba muerto.

El amor loco, de polilla y llama, es como una batalla en el frente de cualquier guerra.