Cuenta la mitología griega de la muerte, que era hija de la
noche y hermana gemela del sueño. También, que cada anochecer tenía lugar la
misma discusión fraternal por el reparto de las almas de los hombres.
Estaba reprimiéndome para no revisitar el recuerdo de los
tanatorios en que he estado. Odio intensamente esos lugares, intensamente. Ni
que decir tiene las ceremonias o rituales o cualquiera que sea el nombre de
aquello que acontece en ellos. Los recuerdo iluminados como bibliotecas,
sucintamente coloridos, repensados. Psicología de transición, desmitificación
del duelo, un paso adelante en el sector. Para mí, la
estrategia desafortunada- y por qué no decirlo, infame- de buscar concilio
entre la esperanza y el luto.
Si odio algo más que los tanatorios, aún no lo conozco y espero
no hacerlo nunca. Mi odio se fundamenta en cientos de detalles y unos cuantos
bultos. Uno de ellos es que se me pone
el corazón de mimbre cuando los piso. Y por entre las aberturas del trenzado,
embocan los tubos de la tristeza de los más tristes de la sala, llenándome de
plomo, haciéndome sentir pesado y torpe. Otro es que cada vez que repaso la sala tengo a Dave Lombardo trabajándome la nuez. Aquello está lleno de personas y lo
odio. Soy una de ellas.
Me cago en la puta. [...]