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lunes, 27 de agosto de 2012

me dolió de veras


El paritorio y la morgue son extrañamente similares, ¿no te parece? -preguntó en alto pero con una voz que invitaba a no participar con una respuesta-. Es algo a lo que le he dado varias vueltas y siempre he llegado a una conclusión idéntica: en las dos se está desnudo, helado y unido a un cordoncito. En un caso el vínculo es el alimento y la vida de una madre, en el otro el olvido y nada más. Un cordelito rodeándote el dedo gordo para que no se olviden de quién eres, ¿te lo puedes creer? Vives toda una vida para depender de un cordelito cutre para que las cenizas del salón sean las tuyas y no las de ese otro señor que murió de un ictus el mismo día que tú. Menuda historia.

Cuando acabó la frase comenzó a sacudir la cabeza lentamente, con la mirada fija en ninguna parte. Luego se rascó la pantorrilla insistentemente hasta devolver su pensamiento al salón para continuar.

Esa es otra. La mandanga de las cenizas. Esa gente que hace eso… qué quieres que te diga, no me parece trigo limpio, desde luego que no. Ya una vez me ocurrió algo muy curioso. Estaba en casa de mi amigo Phil - un gran tipo-  de los que nadie le quiere presentar a una chica antes de habérsela tirado.

Se levantó y me dio la espalda para servirse una nueva copa. Al terminar de servirse su medida normal- uno doble- quedaba aún un culo en la botella. Tras comprobar a trasluz que esto era así, apuró lo que quedaba en el vaso y dejó la botella vacía en la misma leja de la que la había sacado al acabar la cena.

¿Y mis cigarros? ¿Has visto mi paquete? Ah. Gracias. No encuentro el mío - dijo inclinándose hacia el sillón en el que me encontraba para encender primero el cigarro que acababa de pasarle y después el que se encontraba entre mis labios- Gracias.

Bueno, pues estaba esperándole sentado en su salón y había uno de esos jarrones. Él se estaba cambiando o algo parecido. Yo no sabía muy bien qué hacer en una situación como aquélla; me pongo de los nervios cuando espero a alguien a solas en su salón, así que me levanté y fui a curiosear. Y las vi. Vi las cenizas. Por poco devuelvo. Reconozco que durante unos días no pude mirarle igual, era como si le hubiera visto meneándosela. Esas cosas afectan a la percepción que tenemos de las personas.

Se quedó callado unos segundos, de pie frente a mí, pero extrañamente cerca de la mesita auxiliar que separaba ambos sillones, con su mano izquierda en el bolsillo del batín y la derecha extendida en alto, observando a la luz de la lámpara central, los dos dedos con los que sostenía el cigarrillo. Entonces la bajó para dar una calada larga y profunda, como para coger aire.

Total, que un día se lo dije. Íbamos borrachísimos y se lo dije << Oye, Phil. Las he visto>> << ¿El qué? ¿Qué has visto el qué?>> me contestó. << Las cenizas tío. Ese jodido cúmulo de excrementos de cigarro. Que puto mal rollo, casi devuelvo. Me sabe mal porque eres un gran tipo, pero no creo que si mañana murieses…En fin, creo que no te puedo garantizar verter tus cenizas al mar ni ninguna cosa parecida. Es algo que me supera. ¿Te importa? ¿Te parece mal? Eres un gran tío. Tenía que contártelo. >> Se estuvo riendo un buen rato para acabar contestándome <<No pasa nada. Eres un hecho polvo así que para cuando ese momento llegue, tú ya habrás visitado el cementerio un par de veces por lo menos. >>

¡Cómo nos reímos aquella noche! Sobre todo cuando le conté que había tirado la colilla de mi cigarro dentro del jarrón en el que tenían enlatada a su abuela y lo había removido. Por poco se nos para el corazón.

Llegado a este punto los ojos le centelleaban - encendidos de recuerdos -  y reía entre dientes a la vez que sacudía la cabeza de nuevo.

¿Sabes? El muy cabrón murió sólo diez años después. Yo seguía vivo, ¿entiendes? Y no fui capaz de verter sus putas cenizas en el jardín de la casa en que nació. Me dolió de veras. Me dolió de veras.

Diez años más viejo,
me pidió que le diera
-  por favor -
otro cigarro,
porque seguía sin encontrar su paquete.

sábado, 11 de agosto de 2012

microsoledades


Llevo horas intentando quitarme de encima una de esas ideas furiosamente injustas que todo hombre de bien ha de domar o esconder bajo la alfombra: hablar a destiempo. He estado aspirando copas, con la esperanza de que alguna se convirtiera en cerbatana con dardos que anestesiaran. Pero la borrachera de hierbas ha terminado por bucearme y ponerme la tristeza de punta. Y a mí, que soy muy de pintar cuadros desangelados, me da por vestirme con el uniforme de fulano triste. De un triste calmado y sin adornos, proletario y arrugado. Un uniforme al fin y al cabo.

Eso tan injusto que quería decirte es, que mientras estaba dándote ese abrazo con fecha, rezaba a escondidas para que la nieve estuviera bien sucia y todo fuera oscuro, porque el paisaje te enfriara los dedos de los pies, porque fueras a volver corriendo.

También, que imaginarte perdida en los cruces de todas esas calles cubiertas de blanco sin tu llave de tinta numerada en suerte, me viene grande. Porque no quiero quedarme atrás, languideciendo como kilómetros de quitamiedos que, perplejos, se superponen en microsoledades. Microsoledades acumuladas en meses con días y días con pan. Con pan pero sin ti.