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lunes, 10 de diciembre de 2012

un rayo en el jardín


Cuenta la mitología griega de la muerte, que era hija de la noche y hermana gemela del sueño. También, que cada anochecer tenía lugar la misma discusión fraternal por el reparto de las almas de los hombres.

Estaba reprimiéndome para no revisitar el recuerdo de los tanatorios en que he estado. Odio intensamente esos lugares, intensamente. Ni que decir tiene las ceremonias o rituales o cualquiera que sea el nombre de aquello que acontece en ellos. Los recuerdo iluminados como bibliotecas, sucintamente coloridos, repensados. Psicología de transición, desmitificación del duelo,  un paso adelante en el sector. Para mí, la estrategia desafortunada- y por qué no decirlo, infame- de buscar concilio entre la esperanza y el luto. 

Si odio algo más que los tanatorios, aún no lo conozco y espero no hacerlo nunca. Mi odio se fundamenta en cientos de detalles y unos cuantos bultos.  Uno de ellos es que se me pone el corazón de mimbre cuando los piso. Y por entre las aberturas del trenzado, embocan los tubos de la tristeza de los más tristes de la sala, llenándome de plomo, haciéndome sentir pesado y torpe. Otro es que cada vez que repaso la sala tengo a Dave Lombardo trabajándome la nuez. Aquello está lleno de personas y lo odio. Soy una de ellas. 

Me cago en la puta. [...]

sábado, 8 de diciembre de 2012

charol negro

Despierto catabólico;

pero después
y en todo, me atienden
-densos-
tus ojos de charol negro.


martes, 27 de noviembre de 2012

un día cualquiera


Esta mañana el calendario ha empezado a joderme, así que he salido a la calle a dar una vuelta para airearme. No tenía nada que hacer en especial pero sí muchas cosas no especiales por hacer. Noviembre en el calendario, septiembre en el mercurio. Algo jodido estamos haciendo con el planeta, desde luego, pero un día cojonudo. ¿Gafas de sol y chaqueta de entretiempo? Qué gozada de tiempo. Incluso me han entrado ganas de ser fumador. Encenderme uno y fumármelo tranquilamente. Sin el puto sol haciéndome sudar los pecados desde la primera comunión ni el frío húmedo encharcándome los huesos. Un piti tranquilo y dedicado, con receso entre calada y calada, como una obra de teatro. 

Siento dentro que mis días en esta ciudad se van deshojando. No es que me dé pena, pero he vivido tanto en estas calles que se me hace extraño desear aprender otras, desear poblar a otras, apreciar el almizcle de sensaciones que viene de la mano de la novedad, imbuirse de cambio. Como acostarse con una mujer nueva, vaya. Levanto la cabeza hacia el sol, qué sensación de grandeza. Todos ellos deben de saber que no tengo límite, y si no ya estoy yo aquí para decírselo.


Como no fumo me da por andar un rato. Voy a la plaza, que de momento es gratis. Está atestada de palomas y de gente. Por aquí hay de todo. Algunos tienen cara de cosmopolita y otros de rancio. Los primeros hacen palmitas porque la orla del cole la firme Benetton, los segundos piensan que crisol de culturas significa que el transporte público huele “fuerte”. Vamos, España. 

Pasan chicas bonitas y chicas simpáticas. No existe nada más desangelado que una chica simpática andando por una ciudad. Ni se os ocurra llamarlas así. Sólo existe una cosa más cruel que decir que una chica es simpática y es decir que es un encanto. En este mundo los gorditos y los feos tienen oportunidades, las gorditas y las feas bastantes menos. Es así. Ellas son malas en un sentido estricto, pero sancionan y excluyen infinitamente menos por este tipo de cosas. Nosotros lo hacemos continuamente, incluso los gorditos o los feos. 

En un banco una parejita adolescente sacándose brillo. Joder. Eso es algo que no debería perderse nunca. Los cincuentones tendrían que quedar a darse el lote y asobinarse en los bancos. <<No, es que la gente madura.>> ¿Maduras o te rindes? No lo tengo claro. 


Muchos de los jóvenes están marcados por tatuajes y muchos viejitos están marcados por arrugas finas y simétricas, como planeadas por la vida. Alguien debería aprender a leer esas líneas, las de la mano ya sabe cualquiera. También hay un chico sentado en un banco con una maleta con candado. Parece algo estúpido porque si le roban la maleta le abren el candado, pero le hace sentir seguro, como las pegatinas de las empresas de alarmas o pensar en positivo. Veo cantidad de sombreros, y de cámaras y de escotes y de barbas. Un día voy a traerme una cámara para fotografiar escotes o viejos con caras surcadas de rayas o jóvenes con tatuajes o gente con sus sombreros y sus barbas. En realidad nunca he sabido hacer fotos ni me interesa como para ponerme a aprender.


Un hombre recién desahuciado (licencia poética, es posible que lleve años en la calle) busca una pausa y rebusca en la basura. Y luego en la siguiente. Cerca de él, bolsas y bolsas, y brazos cansados de llevar bolsas y bolsas. Tanto tiramos que no encuentra nada. Esto también está lleno de niños tan rápidos como palomas, pero vacunados. No paran de correr de un lado a otro, andan siempre casi cayéndose, casi en la herida y la Mercromina. Adoraba exagerarme los raspones llenándolos de Mercromina. Rojo de batalla. Seguro que un día dejan de correr y se hacen viejos. Incluso antes de que eso llegue desearán ser mayores. Todos a veces deseamos ser lo que no somos, menos los veinteañeros, que somos exactamente lo que deseamos. Yo odio hacerme viejo, me parece bochornoso, ¿pero qué podría hacer sino? Uno se da cuenta de estas cosas cuando se sienta en una plaza, así que me voy a ir ya, que además se me está durmiendo el culo.

Y cruzo sin mirar y casi me pilla un autobús de turistas de esos trasatlánticos. Desde el piso de arriba se asoman muchos de ellos para mirarme, algunos hasta se quitan las gafas. Casi son partícipes de mi muerte,  casi cortan el pino de la caja, pero mañana se les olvida seguro, porque son humanos. El autobús me pita, vaya si me pita, y yo miro al conductor gesticular. <<¿Qué quieres que te diga, macho? No he mirado. Lo siento, no he mirado.>> Y gesticula aún un poco más. <<Joder, no he mirado. ¿Qué quieres que te diga, macho? No he mirado. No he mirado.>>


Por fin termino de cruzar. Llego a salvo a la otra acera, seguro de que estoy algo más seguro. Y en un rato se me olvida seguro, porque soy humano. Y las cosas siguen su propio curso, con las plazas y los niños y todo lo demás. Gente anónima envejeciendo de forma anónima. Renovándose constantemente para ocupar los mismos lugares. Yo odio hacerme viejo, me parece bochornoso, pero tampoco quiero acabar bajo las ruedas de un jodido Touribús. No sé, es complicado.

Vuelvo a casa. Todo como lo dejé. El calendario parado, jodiendo. Pocos días.Pero la vida sigue, tal como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. ¿No cantaba eso Sabina? Pues lo que yo os diga, bochornoso. 

martes, 20 de noviembre de 2012

Teresa

Los días en que íbamos al parque solíamos volver agotados a casa. Hacíamos merienda cena, algo rápido, y nos tendíamos en el sofá beige del salón. Dejábamos las luces apagadas como costumbre, o porque tú lo querías así, y abríamos de par en par las cortinas que dan al porche. El día que me viene a la mente no había hecho bueno, era una tarde gris del norte. La luz que entraba desde el jardín era difusa y tenue, suficiente para ver las motas de polvo a trasluz que tanto te inquietaban, y poco más. Normalmente te recostabas sobre mí pecho  con los pies apoyados en el respaldo del sofá.  Aquella era una postura incomodísima pero la que más te gustaba. Todo el tiempo tenía que cruzar mi brazo derecho desde tu cintura a tu hombro izquierdo para afianzar tu equilibrio con el mío.
Parloteabas sin cesar. Parecía que llevaras toda el día sin hablar y escogieses ese preciso momento, cuando tenía las baterías a cero, para contármelo todo. Pienso que tenías miedo de cerrar los ojos y que se te fueran a olvidar las palabras. Necesitabas sacarlas antes para no perderlas. En eso nos parecemos mucho. Aquella tarde yo estaba especialmente ausente y tú especialmente cotorra.

Indignada ante mis reiteradas faltas de atención, giraste sobre ti misma aparatosamente e incorporada con las manos en mi pecho y vestida con unos morros de enfado monumental dijiste <<quieres que te lo explique o no, porque si no me vas a escuchar no te lo cuento>>. Contesté que claro que pensaba escucharte, que adelante. Convencida a medias, te recostaste de nuevo y tu boca quedó a la altura del final de mi cuello. En una vocecita deliberadamente más baja de lo normal para dificultar que la escuchara, comenzaste a contarme una historia. Estaba cansado y me costaba concentrarme. El mero soplidito de aire que acompañaba tu discurso y me cosquilleaba la piel, era suficiente para distraerme de cuanto decías. Terminaste y volviste rápidamente a la postura anterior, al mismo gesto enfadado. No me has escuchado, por supuesto que sí, mentí, a ver, qué te he contado, cómo me voy a acordar de todo lo que me has contado, ha sido larguísimo, no puedo acordarme de todo.
Te divertía el hecho de enfadarte conmigo. Siempre tratabas de incorporarte completamente para irte del sofá sólo para que te atrajera hacia mí, agarrándote por los brazos. Cuando estábamos en el cénit de nuestros forcejeos me gustaba deslizar la mano por un lado y apretarte una nalga. << ¡Au! >> Ahora sí que te enfadabas. Gritabas que no te apretara el culo, que qué era eso de apretarte el culo, y encima fuerte. Siempre estás igual te contestaba. Si el mundo es de todos y yo soy parte de ese todo, me corresponde un trozo. Quién te dice que esa nalga no pueda ser mía y tú ni saberlo. <<Pero y cómo se puede saberse eso>>, preguntabas. Estabas deliciosa con esa cara de resignación, tan intrigada con la posibilidad de que aquello fuera cierto. << Aah! >>
[…]

sábado, 27 de octubre de 2012

ama de llaves

Ella es la persona capaz de hacerme sentir 
desolado.
Tiene un potencial destructivo en mí 
casi total.

Los enemigos son mentira. Las jodiendas
las cocinas tú, en casa, en la inducción.
Yo le di llave, yo materialicé esa indefensión.

¿Qué hombre razonable entregaría algo así?
¿Qué hombre sensato se aseguraría tal cercanía al dolor?

martes, 23 de octubre de 2012

skinny truth (perro edulcurado)

-Así que vino y me contó algo muy confuso. Soy incapaz de recordarlo con claridad precisamente por eso, pero desde luego era confuso. No tanto por las frases como por el desorden con que se sucedían. El tema está en que, en alguna esquina de aquella historia borgiana, abrió la caja de los truenos. “Las cosas no son como al principio”. Como lo oyes. Eso dijo. Y claro, tú me conoces bien, toda la nieve que pude acumular en el paladar se la escupí en un alud,  todo sea dicho a un volumen de lo más razonable. “Por si no te habías dado cuenta, amor, esto no es el puto Diario de Noah, así que déjate de películas y dime claro qué ocurre porque hoy no parece que vaya a haber paseo en globo y beso. ”

-Cuando te pones rollo depredador dulce acojonas un huevo. No esperaba menos de ti. Bienvenida a la nieve muñeca.

-Espera, espera, porque el segundo acto, después de varios balbuceos e intentonas, fue un esfuerzo encomiable por edulcorar la verdad con frases vacías (o vaciadas de tanto usarlas, qué se yo) y clichés de todo a cien. Yo insistí en ahorrarle tal dispendio de saliva, en invitarla a salir de allí, lo prometo, pero ella se resistía y continuaba, sin cesar y a un ritmo totalmente descontrolado, saboteando una tras otra las alegrías que habíamos construido. Me quería edulcorar la verdad, a mí, ¿lo puedes creer? Cuando todo aquel que conoce lo mínimo de la vida sabe que la verdad es una puta y hasta donde yo sé, las putas las tienes de 15 y de 1.500, pero con sacarina y estrechitas no existen. No sé por qué te estaba contando todo esto…

- Porque trató de edulcorarte la realidad en lugar de hablar llanamente y explicarte lo que había.

-Ah. Sí, sí. Eso pretendía. Qué rabia. Me recordó a cuando era pequeño y se murió miperro. Adoraba a ese maldito perro. No tendría más de 9 años.

-¿Tú?

-Yo, ¿qué? No. El perro, joder. Yo tendría nueve o diez. Se puso muy enfermo, uno de esos mosquitos hijos de puta y no hubo otro remedio que sacrificarlo. Cuando ya estaba muerto, a mi madre (que en un esfuerzo por ahorrarme una despedida, un berrinche o un intento de fuga a lomos de mi perro enfermo, no me lo contó hasta que estuvo hecho) se le ocurrió comprarme un helado justo antes de darme la noticia. Como si una subida de azúcar fuera a frenar la caída a la tristeza. Intentó explicármelo lo mejor posible. Íbamos de vuelta en el coche de la heladería a casa y yo; que desde pequeño he sido de lo más cuco, o retorcido, o imaginativo, o la suma de todo ello sublimada en la expresión con que mi abuelo me bautizara, a los seis años de edad, tan acertadamente: tú eres la mar de chulo y un poquito cabrón; empezaba a darle vueltas al asunto, porque para mí que eso tan espontáneo y sin antecedente de “vamos a comprar un helado” tenía alguna doblez. Mi madre, la pobre mensajera, me contó en un tono franco y adulto, incluso un tanto afectado, cómo, ante una enfermedad cogida demasiado tarde, sacrificar a nuestro perro era la única opción digna para él.  Y yo entretanto, lo recuerdo como si lo tuviera en mi mano derecha aún, no dejaba de mirar aquel helado, pensando en quién tendría el valor de comérselo así sin más, en por qué un perro se moría por un mosquito cuando a mi me picaban cada noche en el porche y él, perro que era, se me antojaba por lo menos mil veces más resistente, pero sobre todo pensaba en el helado y en que comérselo sería de cobardes y de chicas, que él no hubiera querido que lo hiciera, que quién se habría creído mi madre que era yo. Pero, con todo, ¿sabes qué fue lo que más me dolió?

-¿Que tu madre intentara aliviar la noticia dándote la alegría del helado? Estoy seguro de que fue con la mejor intención…

- ¿Qué dices? No. Bueno, eso también. Lo que más me dolió fue que yo sabía que estaba enfermo. Me pasé varios meses diciendo que estaba más delgado, que se le notaba cansado y sin fuerzas. Siempre había tenido una gran energía, era tremendamente vigoroso, pero en ese tiempo estaba en los huesos, jodidamente raquítico y errático, como desorientado. Lo notaba cuando lo abrazaba y lo acariciaba. Estaba convencido de que algo le ocurría, sabía que estaba enfermo, lo sabía y lo dije.

- Pobrecillo. Menuda putada. Y, ¿ella?
-¿Qué ella? Era un macho. ¿Mi madre dices?
- La chica joder

-¡Ah! ¿Ella? Ella sigue viva.- y tras varios segundos.- Aunque mentía como un mosquito hijo de puta.

domingo, 7 de octubre de 2012

a la vileza de la infravida


La muerte 
                  (ajena)
suma albercas de soledad
a la vida
               (propia),
menos por la falta
que por la naturalidad
con que ésta
llega.

Se sigue uno
de ojos abiertos y
solo, se sigue,
como se va, como se
llega.

Mas con tristeza tonta,
de improviso, 
emetiza la vileza
de una infravida,
y se grita en la purga:
joder, ¡vive!



Nota mental: Se antoja infranqueable al ser no infravivir pero, maldita sea, vamos a pelearlo al menos. No permitamos que la desgracia, ajena o propia, se convierta en el único motor que nos despierte de la anestesia tan puta y tan ingrata en que nos vemos, casi siempre, inconsciente e irresponsablemente amodorrados. Porque, eso, es ser unos desgraciados.


Emetizar: provocar el vómito


jueves, 27 de septiembre de 2012

la sonrisa en ruinas


-Siéntate por favor.- le pidió balanceando la cabeza en dirección al banco vacío mientras hacía malabares para desabrocharse el cierre del tacón izquierdo.
-¿Necesitas ayuda?
-No que va. Puedo sola. Tú siéntate.
-¿Estás segura?
-Que sí joder. No seas pesado.
-Vale, vale. Pues tú dirás.

-Verás, ¿te he contado alguna vez en qué trabaja mi padre?
-Me dijiste que era fotógrafo. Se dedica a sacar las fotos para los anuarios de los colegios, bodas, bautizos…Todo eso, ¿no?
-Eso es. Un trabajo bastante aburrido. Cuando yo era pequeña me encantaba entrar en su laboratorio casero y observar el proceso de revelado. Imagino que cuando lo realizas cientos de veces pierde el encanto pero para una niña de medio metro era algo maravilloso ver colgadas todas esas fotos en pinzas en un cuarto prácticamente a oscuras, los tanques con sustancias químicas, los 4 pilares: revelado, paro, fijado y lavado, el secado posterior, todo…Era un proceso con cierto mística. Todas esas vidas, paradas en lo anecdótico y circunstancial del momento, dadas a luz, sacadas de la oscuridad del negativo por el metódico movimiento y la certera automatización del laboratorio. Algo así como un parto constante de recuerdos gestados por otras barrigas.
-Joder. Nunca habría imaginado que revelar fotos pudiera convertirse en un ritual, ni siquiera me había planteado cómo se hacía. ¿Por eso te encanta la fotografía? Sabes que es un tema que no me interesa demasiado.

-Sí bueno, ese no es el tema. No quiero perder el tiempo, además estoy un poco mareada y apesto a humo. Me huele el pelo a tubo de escape. Así que sólo te haré una pregunta. Para que estés avisado, es una pregunta de abogado, o de mujer. Todo abogado tiene mucho de mujer, ¿no crees?
-¿Cómo?
-Déjalo- dijo, frotándose las sienes con firmeza.-¿Cuántos corazones tienes y entre cuantas los andas repartiendo, amor?

jueves, 13 de septiembre de 2012

hasta mañana


Se abarata el sueño.
En silencio,
tejidos con fibras rendidas,
los párpados, en u
abatidos.

Descalzo,
estorbado por la luz
y ronco.
Nunca duele a cuenta de otro.

Entretanto,
se reúne el G8,
y con regurgitado acrítico,
me cuida el mundo
hasta mañana.


lunes, 27 de agosto de 2012

me dolió de veras


El paritorio y la morgue son extrañamente similares, ¿no te parece? -preguntó en alto pero con una voz que invitaba a no participar con una respuesta-. Es algo a lo que le he dado varias vueltas y siempre he llegado a una conclusión idéntica: en las dos se está desnudo, helado y unido a un cordoncito. En un caso el vínculo es el alimento y la vida de una madre, en el otro el olvido y nada más. Un cordelito rodeándote el dedo gordo para que no se olviden de quién eres, ¿te lo puedes creer? Vives toda una vida para depender de un cordelito cutre para que las cenizas del salón sean las tuyas y no las de ese otro señor que murió de un ictus el mismo día que tú. Menuda historia.

Cuando acabó la frase comenzó a sacudir la cabeza lentamente, con la mirada fija en ninguna parte. Luego se rascó la pantorrilla insistentemente hasta devolver su pensamiento al salón para continuar.

Esa es otra. La mandanga de las cenizas. Esa gente que hace eso… qué quieres que te diga, no me parece trigo limpio, desde luego que no. Ya una vez me ocurrió algo muy curioso. Estaba en casa de mi amigo Phil - un gran tipo-  de los que nadie le quiere presentar a una chica antes de habérsela tirado.

Se levantó y me dio la espalda para servirse una nueva copa. Al terminar de servirse su medida normal- uno doble- quedaba aún un culo en la botella. Tras comprobar a trasluz que esto era así, apuró lo que quedaba en el vaso y dejó la botella vacía en la misma leja de la que la había sacado al acabar la cena.

¿Y mis cigarros? ¿Has visto mi paquete? Ah. Gracias. No encuentro el mío - dijo inclinándose hacia el sillón en el que me encontraba para encender primero el cigarro que acababa de pasarle y después el que se encontraba entre mis labios- Gracias.

Bueno, pues estaba esperándole sentado en su salón y había uno de esos jarrones. Él se estaba cambiando o algo parecido. Yo no sabía muy bien qué hacer en una situación como aquélla; me pongo de los nervios cuando espero a alguien a solas en su salón, así que me levanté y fui a curiosear. Y las vi. Vi las cenizas. Por poco devuelvo. Reconozco que durante unos días no pude mirarle igual, era como si le hubiera visto meneándosela. Esas cosas afectan a la percepción que tenemos de las personas.

Se quedó callado unos segundos, de pie frente a mí, pero extrañamente cerca de la mesita auxiliar que separaba ambos sillones, con su mano izquierda en el bolsillo del batín y la derecha extendida en alto, observando a la luz de la lámpara central, los dos dedos con los que sostenía el cigarrillo. Entonces la bajó para dar una calada larga y profunda, como para coger aire.

Total, que un día se lo dije. Íbamos borrachísimos y se lo dije << Oye, Phil. Las he visto>> << ¿El qué? ¿Qué has visto el qué?>> me contestó. << Las cenizas tío. Ese jodido cúmulo de excrementos de cigarro. Que puto mal rollo, casi devuelvo. Me sabe mal porque eres un gran tipo, pero no creo que si mañana murieses…En fin, creo que no te puedo garantizar verter tus cenizas al mar ni ninguna cosa parecida. Es algo que me supera. ¿Te importa? ¿Te parece mal? Eres un gran tío. Tenía que contártelo. >> Se estuvo riendo un buen rato para acabar contestándome <<No pasa nada. Eres un hecho polvo así que para cuando ese momento llegue, tú ya habrás visitado el cementerio un par de veces por lo menos. >>

¡Cómo nos reímos aquella noche! Sobre todo cuando le conté que había tirado la colilla de mi cigarro dentro del jarrón en el que tenían enlatada a su abuela y lo había removido. Por poco se nos para el corazón.

Llegado a este punto los ojos le centelleaban - encendidos de recuerdos -  y reía entre dientes a la vez que sacudía la cabeza de nuevo.

¿Sabes? El muy cabrón murió sólo diez años después. Yo seguía vivo, ¿entiendes? Y no fui capaz de verter sus putas cenizas en el jardín de la casa en que nació. Me dolió de veras. Me dolió de veras.

Diez años más viejo,
me pidió que le diera
-  por favor -
otro cigarro,
porque seguía sin encontrar su paquete.

sábado, 11 de agosto de 2012

microsoledades


Llevo horas intentando quitarme de encima una de esas ideas furiosamente injustas que todo hombre de bien ha de domar o esconder bajo la alfombra: hablar a destiempo. He estado aspirando copas, con la esperanza de que alguna se convirtiera en cerbatana con dardos que anestesiaran. Pero la borrachera de hierbas ha terminado por bucearme y ponerme la tristeza de punta. Y a mí, que soy muy de pintar cuadros desangelados, me da por vestirme con el uniforme de fulano triste. De un triste calmado y sin adornos, proletario y arrugado. Un uniforme al fin y al cabo.

Eso tan injusto que quería decirte es, que mientras estaba dándote ese abrazo con fecha, rezaba a escondidas para que la nieve estuviera bien sucia y todo fuera oscuro, porque el paisaje te enfriara los dedos de los pies, porque fueras a volver corriendo.

También, que imaginarte perdida en los cruces de todas esas calles cubiertas de blanco sin tu llave de tinta numerada en suerte, me viene grande. Porque no quiero quedarme atrás, languideciendo como kilómetros de quitamiedos que, perplejos, se superponen en microsoledades. Microsoledades acumuladas en meses con días y días con pan. Con pan pero sin ti.



viernes, 27 de julio de 2012

paciencia (divino tesoro)


-Entiendo sus quejas, caballero, pero ha de tener paciencia. Comprendo su urgencia y la inconveniencia que le hemos provocado. Sólo puedo pedirle eso, un poco más de paciencia.

-¿Paciencia? Mire, no me hable de esa estafa, porque cada vez más a menudo, en eso se ha convertido la paciencia, en una estafa piramidal. Tú coges y coges, no dejas de coger. Sin preguntar. Pareces tener fondos ilimitados así que la extiendes sobre la cama y te retuerces encima de ella y la lanzas por los aires. Es tan ligera, tan agradable en la punta de los dedos. También la repartes. Se siente uno genial repartiendo paciencia. Se siente como Donald Trump… ¿sabe usted quién es Donald Trump, señorita?

-Sí caballero, además de colgar y descolgar el teléfono, sé quién es Donald Trump.

- Fantástico. Pues eres como Donald Trump yendo por las calles con la cartera llena de paciencia, inundando con ella a los pobres diablos sin techo acomodados en tu portal, a las camareras que agrian el servicio con caras de perro, a los canallas que no respetan los pasos de peatones, a tu maldito cuñado, incluso a esos gorrillas tan irritantes. Por aquí por allá, al íntimo y al desconocido, no te importa si han hecho méritos. Incluso lo prefieres si no los han hecho, porque saboreas esa clase de generosidad que sólo enmascara engreimiento o bondad estúpida, pero nunca un gesto sincero.

El caso es que llega un día en que ha desaparecido toda, ¿entiende? Ya no queda nada de ella y se le tuercen a uno el gesto y la generosidad. En ese preciso momento cambian las tornas, la quieres toda de vuelta. Caminas por las calles de nuevo, pero esta vez con un frac raído, señalando y empujando con el dedo a cuantos encuentras <<Eh cabrones, ¿y mi paciencia? ¿Tenéis algo de paciencia? Devolvedme aunque sea un poco, anda. Yo os di sin preguntar.>>.

Para colmo llegas a casa y te aprietan los huevos los que se encuentran arriba en la pirámide <<Dónde está mi pellizco Donald? Sabes que hoy vencía. ¿Nada? Tienes tres días más. No me hagas descolgar el teléfono de nuevo>> Y como uno no es Jesús, se encuentra cada día más descosido y transparente frente al espejo. Jesús sí tenía paciencia. Una maldita Visa Platino de paciencia, pero él era el hijo de Dios. "Paciencia divino tesoro", ¿no? Lo mismo le daba ocho que ochenta. No puedo ser su imagen ni su semejanza, señorita.

No la quiero entretener. El caso es que, por todo esto que le acabo de explicar, yo soy de economía familiar con este tema, creo que es importantísimo saber gestionar ese tesoro y por ello me olvido de grandes desembolsos. El mes aprieta y no voy a ir por ahí derrochando. De hecho, guardo un bote en la cocina que se va rellenando cada vez que alguien dice un taco en casa y si sobra algo, me permito algún capricho. Porque no olvide, señorita, que eso, y nada más que eso, es la paciencia entre animales, crédito para soportar caprichos y vicios ajenos.

¿Oiga? ¿Señorita? ¿Oiga? Será… ¿Me ha colgado? Mis 2 minutos de gloria diarios. Disertando como Platón. Y tiene los huevos de colgarme. Se va a enterar de lo que es la paciencia.

¿Sí? Oiga, creo que se le ha debido de cortar…

jueves, 12 de julio de 2012

...ergo sum


A veces uno se aburre de amarse a sí mismo. Decide entonces que se siente solo. 
Cree firmemente que alguien más debería disfrutarle, al fin y al cabo, vale mucho. 
Se lanza a buscar a quien demostrarle todo cuanto vale. 
(Atentos al ligero matiz, “se lanza a buscar”, no “desea encontrar”)

Tantea, juguetea, halla. 
Escoge siguiendo un patrón bastante sencillo de retratar y complicado en demasía de entender, escoge a aquél que le concede la respuesta más positiva en lugar de aquél para el que su propia respuesta lo es. Desea empezar ganando, desea ganar. 
Esto es, un fabricante de miel con alergia a las abejas. Interesante.

Extiende entonces todo lo destacable de su ser encima de esta persona y cada vez se gusta más y mejor porque aquella observa extasiada, porque aquella se “ha dado cuenta” de cuánto vale. 
La envuelve y, claro, envuelto aquél ya no puede ver. 
Ahora se siente mejor, mucho mejor. 
Su gozo llena el pozo, lo rebasa completamente. 
Existe, y otra persona lo ha confirmado. 
Existe y tiene valor. 
Ya ha recargado las baterías de la autoestima a tope y está preparado para todo, ha evolucionado.
Se siente bien. Decide entonces que prefiere estar solo. 
A fin de cuentas, él no necesita a nadie.

¿O sí?


"Gente que se conforma con sentimientos menores y gente que escoge una soledad natural antes que una compañía forzada." IP


martes, 3 de julio de 2012

desposeído


Ahí estaban tirados, yaciendo como dos exploradores, que cansados de buscar un agua, deciden encontrar una sed. Buscando en sí, encontraron sed, pero también lenguas extrañas. Estas lenguas murmuraban a un volumen casi imperceptible, aleteando en una frecuencia rara y, como ya murmuraban ellas, ellos prefirieron callar. Callaron y cayeron, el uno en el otro, umbilicales y apresados. A cada aleteo más desnutridos sus estómagos. Huérfanos, fetales y uno.  

En este mundo, en este, a veintiún metros sobre el suelo, un viento africano templadísimo barrió sus pieles exfoliando las quimeras que el crecer se cobra en los poros, intercambiándolas por minúsculos escalofríos.

Y entonces escribí:

Con oler tu vientre soy todo hueco y silencio, por un instante los por qués me dejan aspirar algo de aire en el pabellón de fusilamiento. Una bocanada que antes de llegar  y, como casi todo lo que uno anhela, se disuelve a orillas de los sentidos. Sin retrato, sin guarida, sin reserva, es comprarles aire de vida a los rifles para, impelido y empujado, saborearlo, al fin, libremente.

Pero ya le siento subir las escaleras y abrir la puerta. Mientras me arrebujo más y más en tu vientre, y hundo mi nariz en tu foso y mis ojos en las suyas, cada vez con más firmeza, lo siento llegar hasta mi, su mano en mi hombro.

“Aún no, aún no. No me lleves de aquí aún.”



En este mundo, en este, tuve suficiente y nada más. Suficiente.
¿No es éste el verdadero anhelo? Ser...desposeído.


miércoles, 20 de junio de 2012

patio de recreo


-Vivimos en una sociedad civilizada, en la que los principios se articulan…

- Disculpe que le interrumpa, pero no he podido evitar escucharle, ya que sus palabras revoloteaban dentro de mi espacio aéreo. ¿Civilizados decía? Tiene usted cara de agente inmobiliario o de banquero. No, no, ¡de publicista! Usted tiene cara de publicista. Sí, sí, usted es de los que maneja los hilos. ¿Me equivoco? Corríjame si me equivoco. ¿Me hará usted ese favor?

 - Mire por donde lo ha adivinado. Trabajo como publicista. ¿Tiene usted algún problema? ¿Nos conocemos?

- ¡Lo sabía! Ahora que lo menciona sí tengo un problema y esperaba que usted pudiera resolverlo. Me temo que es un problema de concepto o de idea o de mensaje o de definición. Es que no manejo la terminología. ¿Me disculpará si cometo algún error en la terminología? ¿Me hará usted ese favor?

- ¿Un problema tiene usted?Por supuesto jefe, todos los tenemos, pero está interrumpiendo una conversación muy interesante, así que haremos lo siguiente: diga lo que tenga que decir rapidito, resolvemos su problema y se vuelve a concentrar en su mesa. ¿De acuerdo? 

- Gracias. Gracias.Intentaré ser lo más conciso en ese caso. Es usted un encanto, un publicista cojonudo. Mire, mi problema es el siguiente. Cuando no obtengo lo que deseo sufro. Más aún, cuando obtengo lo que deseo nunca es suficiente y sigo sufriendo porque algún día lo perderé o querré cambiarlo. Sufro y continúo. Me temo que es nuestra tónica habitual porque estamos siempre amordazados por toda esta falsa libertad que nos han construido, como un patio de recreo para distraernos mientras perdemos la vida a cada momento. Respiro tan inconscientemente absorto en la banalidad del día a día que olvido el conjunto. Me recuerda a una galleta china, ¿sabe? “El álbol me impide vel el bosque”. Yo me pregunto a veces al despertar, ¿dónde está mi bosque? ¿Quién huevos se ha llevado mi jodido bosque? ¿Lo han talado? ¿Me han talado la vida?

Pese a todo, repetimos los mismos rituales y convencionalismos sociales hasta desgastar nuestra fe en los demás. Bombardeados constantemente, nos vemos convertidos en animales alienados, enjaulados en la idea de lo que se espera de nosotros, para causar una buena impresión, que las ancianitas no cambien de acera al vernos y las mamás de nuestros allegados hablen bien de nosotros y todo eso...

Como le decía, deshojamos los días, precisamente, a la espera de que algo ocurra. Algo que haga que nuestras vidas sean dignas de recordar. Creemos que somos felices, pero aun cuando nos divertimos vivimos al filo de aburrirnos de nuevo. Ustedes nos han convencido. Nos resulta tan aburrido este mundo que inventamos vicios para autodestruirnos y luchamos por derechos que mañana se volverán en nuestra contra. Malgastamos el tiempo que el mundo moderno nos ahorra y no lo invertimos en nada. Son tantas y tantas cosas que...

Y todos estamos en el ajo, ¡qué duda cabe! Yo mismo. Yo mismo soy un malnacido que colabora en este patio pero, ¿usted? Usted es el jadeo de una jauría de hienas enceladas. Brrr. ¿Cómo de cachondo le pone a usted este patio de recreo, eh? Todos esos árboles y bosques…fiiuuuuuu, ¡pom! ¡Al suelo! Pero no ocurre nada, por que ¿qué podría yo hacer ocurrir? 

Ahora volveré a tomar asiento y de aquí a un rato habré reposado los on the rocks y usted el sofoco de este numerito mientras convence a su acompañante de "principios que se articulan". Y entonces? Ffffff Aaaaah! Entonces pagaremos la cuenta y volveremos en nuestras latas de caballos a nuestros pequeños compartimentos, y dormiremos plácidamente. Es más, en nuestros sueños tendremos una caja de arena, unos columpios y una motito de esas que, sitas en el suelo, se pueden balancear. ¡Qué gozada! Adoraba esas motos que se balanceaban.

Sí. Estoy seguro de que en un rato se me habrá pasado y dejaré de sufrir hasta mañana, pero hágame el favor, no vuelva a repetir eso de civilizados. Diga obedientes, educados, edulcorados, marchitos, semados, deshuevados, castrados, eunucos. Lo que usted desee, pero le ruego encarecidamente que no vuelva usted a pronunciar la palabra civilizados. En cuestiones de terminología soy muy quisquilloso. ¿Me hará usted ese favor? ¿Podrá usted hacer eso por mí?



"El hombre nace libre, pero en todas partes vive encadenado." J-J.R.

miércoles, 23 de mayo de 2012

árbol de otoño


Correteaba por la orilla alejándose y acercándose de mi figura, danzando, zigzageando, imprimiendo caminitos de huellas con las plantas de sus pies mientras yo andaba observándola. Lo recuerdo como uno de esos momentos de libertad universal, de los que sólo vive uno de niño, o de mayor cuando cree que nadie puede verle.

Aquel día eras un imán enorme, uno de esos que tienen las mujeres en los que no se distingue con claridad si son ellas las que viven en el mundo o es él quien las habita. Nosotros somos más regulares, pero ellas algunos días se empeñan en destrozar los sismógrafos. Recuerdo tu vestido largo – la bandera roja de tu oleaje violento en mi recuerdo - ondear con las rachas de viento que se levantaban en la playa. Era algo curiosamente rítmico observar, cómo  filtraba los rayos del sol tardío, proyectando una sombra bien marcada que parecía batallar en la arena con todo lo invisible. No miento si digo que por un rato juré que el tempo de las corrientes que acariciaban la playa, de abajo a arriba y vuelta a empezar, se regían por la danza de tu vestido. Mientras yo cavilaba, tú hacías el ganso, y si alguien se acercaba adoptabas una pose de dignidad divina. Parecías un ministro. Cuando sus sombras habían desaparecido, te acercabas corriendo, arrugabas la nariz para preguntar en un susurro <<No me han visto, ¿verdad?>> Yo reía y tú volvías a alejarte danzando.

Hubiera desangrado al mundo por acampar mis sueños en aquella playa. Plantar apenas cuatro estacas y envolverlas con una tela enrojecida con toda esa sangre de los ríos, de los patos, de los limones, de los campos en fruto. Hacerte el amor hasta morir derretidos por el sol y desgastados por el viento.

Me pediste que me sentara contigo, cerca de la orilla para que el agua pudiera mojar nuestros pies. Se me ocurrió contarte que tenía la teoría de que, en situaciones como aquélla, existen dos tipos de persona: las que se entretienen mirando al suelo, con el miedo persistente a que las olas lleguen hasta sus pies y los que se concentran en afrontar la inmensidad del mar sin preocuparse de lo que pueda venir. Lo pensaste un buen rato, con la mejilla apoyada en la palma de la mano, mientras observabas el mar, y exclamaste “Qué cosas tan curiosas se te ocurren!”

Acercaste, entonces, la cabeza a mi hombro y la dejaste ahí durante unos minutos que abrieron con una tijera, uno tras otro, la tarde y el cielo. Lo cierto es que aquella tarde de septiembre se había quedado preciosa. En ese mes todas las tardes lo son, parece que el cielo de verano se empeñe en convencer al calendario, en su lecho de muerte, de que aún no ha llegado su hora. No es que la muerte sea bonita, pero el ocaso que dibuja sí lo es, por lo menos en septiembre.

En un momento dado te separaste de mí bruscamente y tu gesto rompió mi vajilla súbitamente. Me dio por pensar que, si suena una sonata de Brahms en alguna vida, durante el tiempo suficiente, indefectiblemente la vajilla de la casa estallará contra el suelo de la cocina. Me miraste fijamente a mí, y luego al mar, y después a mí de nuevo, pero ahora tus ojos se habían vuelto impenetrables, como si hubieras metido la mirada hacia dentro y me devolvieras dos piedras muertas. Mientras tanto, a mi figura, difuminada y perdida en aquellas piedras, la asaltaba una angustia de hormigas. Con tranquilidad meridiana, como si me hubieras parido, terciaste con calma, a la vez que acariciabas con la mano mi muslo, “No ocurre nada malo. Sólo quiero hablarte. Aquí sentada.”  Así de sencillo señores, la magia hay que saber hacerla.


-Ya. Ya lo sé.- acerté a decir reuniendo esfuerzos para sonar seguro. Uno siempre dice esto para sonar seguro en los momentos en que no quiere saber nada.- Te escucho.

-¿Te gusta el verano?- preguntaste muy seria, como si de ello dependiera la vida de algún cachorro. Era una excentricidad caracterísitca tuya la de hacer preguntas así de triviales en estas situaciones.

- Claro, ¿a quién, no?

- ¿Y también te gusta el otoño?- continuaste, mientras moldeabas bolas con la arena húmeda.- ¿O sólo te gusta el verano?

- Prefiero el verano, aunque el otoño también me gusta bastante. ¿Qué me dices de tí?

- He estado pensando. No sé si sabes que yo te quiero…- a bocajarro. El sol debió de escucharte también porque se desentendió de nosotros y se metió en su garita.- Te quiero, pero el otoño me da miedo. Mataría porque fueras parecido a un árbol en otoño, para que tus finas hojas cayeran sobre mí en un suspiro quedo, rozándome en su caída, energizándome los pasos para que mis huellas no se borren en mucho mucho tiempo. Claro, que también debemos hacerlo al revés, también necesito que camines tras de mí, paciente, recogiendo con cuidado las hojas que abandono detrás, para tener materia hojosa con que abrigarme de amor en la siguiente estación. Creo que el equilibrio estará en saber cambiarse los papeles de tanto en cuando, en las estaciones que prefiramos. ¿Harás eso por mí? ¿Podremos jugar a ser árboles y jardineros? Si no, lo entendería, pero necesito…

- Sí. Creo que podremos.- la interrumpí sin poder o saber decir más. Todas las palabras empujaban a la vez por una garganta demasiado estrecha.

Unos minutos larguísimos de silencio se expandieron lentamente sobre la escena. Pensé que eran los minutos más largos de una vida, como si vinieran del espacio desde el reloj de algún astronauta ruso. Justo estaba pensando en cuánto más largos son los minutos en el espacio cuando me apretaste fuerte la mano.

- ¿Dos tipos de personas? ¡Qué cosas tan extrañas se te ocurren!

Nunca antes la vi reír con tanta fuerza.
Su carcajada engulló
los sismógrafos,
los ríos, los patos,
los limones, los campos en fruto.
Y, aunque no pudimos acampar,
sí que hicimos el amor
y sentí,
toda la sangre del mundo
bañando las raíces,
de un árbol de otoño.

miércoles, 9 de mayo de 2012

desesperazándome, desbebíendome y buscándote


Y ahí estaba yo, desesperazándome de poco a poco los sentidos, sacudiéndome los grados con deshonroso esfuerzo.

<< Joder. Tú por ahí tomando el sol y yo anoche infringiendo el toque de queda, desbebiéndome por tí como un pobre diablo. Emborrachándome para verte en alguna esquina o distinguirte en una barra o sorprenderte en las puertas de los baños. Alimentando la búsqueda con el recuerdo de tus ojos brillantes y la promesa de tus besos vitaminados. Confiando en un motivo para no repetir un camino de vuelta a casa torcido y sin duende>>

Y ahora ya, de buena mañana, devorado el cuerpo por la noche y amainado tu recuerdo por la sobriedad, siento que esta búsqueda mía es una madrugada cruel de 25 de diciembre repetida una y otra vez, ávida de regalos y lazos grandes y bonitos.

<<¿Y tú, y tú mientras tanto, madrugando para tomar el sol…? >>

Qué injusticia tan llana, qué injusticia tan poco aliñada!
Los hilos tan curiosos que nos mueven
y los contrastes tan crueles que nos separan.
Un niño borracho buscando un lazo grande y bonito
y una niña en plena operación bikini.





Nota: se hace evidente que las palabras en cursiva no existen, son meros juegos de letras. 

martes, 1 de mayo de 2012

la moqueta


El pasillo era interminable. Lo había recorrido cientos de veces y nunca había sido tan largo. Parecía que anduviera en una cinta estática o que los órganos le pesaran más de lo normal sabiendo que él caminaba tan solo unos pasos por detrás. Así le dio por repasar todas las manchas de la moqueta: había rodales de vino y de chocolate (o eso quería pensar) y también cantidad de restos de ceniza, por todos lados. Pensó que debería limpiarla pero, ¿cómo se limpiaba una moqueta?

Por fin alcanzó la puerta del salón y esperó a que él pasara primero y se sentara. Entró y colocó sus ojos enrojecidos y su juventud extenuada encima de la mesa del comedor, al lado puso una grabadora de voz. Encendió un cigarrillo mientras apoyaba con lasitud los pocos kilos que le quedaban en el marco de la puerta.

- Eres un hijo de puta, pero eso ya lo sabes. Lo cierto es que sabes tantas cosas. Ese ostracismo intelectual te envuelve como la piel al fruto aún verde. Bien apretada y tersa, infranqueable sin cuchillo. Eres inmaduro, verde, ácido, bien apretado y bien envuelto; pero tan peligroso cuando decides perforar tu piel escamada para derramar algo de tu zumo en mi vida, cuando decides bajar a mi realidad con esa sonrisa que muerde y enloquece mis relojes. Tú y tu maldito zumo de estrella agonizante que en su último suspiro, se empequeñece y se concentra, como deseando no explotar tan alto en mis oídos, sino controladamente. Cuando decides desahogarte en mis oídos… - hizo ademán de acercar el cigarro a su boca entreabierta pero se detuvo en seco y tiró la ceniza a la moqueta-. Yo en cambio, no sé casi nada. ¿Y de ti? Bueno, si te dejara un folio en blanco bastarían 15 líneas, depondría la poca pólvora que queda en mis armas para siempre. Por eso te he dejado la grabadora, hablando no eres tan bueno. Tienes 5 minutos. Habla.

-…no voy a volver. Sólo venía a decirte eso. No voy a volver nunca más.- era verdad, lo supo en cuanto la última sílaba ondeó en el aire. No había nada más que él deseara decir. Si lo hubiera encañonado en ese preciso momento, esas hubieran sido sus últimas palabras.

- Perfecto. Métete la grabadora por el culo y lárgate de mi casa.

Él se marchó, por el mismo pasillo que había venido, y pensó que alguien debería hacer algo respecto a esa moqueta. Lo único que dejó encima de la mesa fue la grabadora.

domingo, 15 de abril de 2012

de guerras, quereres y balas perdidas

-Pero yo la quiero...

-Seguramente que eso es bien cierto y que ella también lo hace chico, pero un hombre…un hombre a veces debe acabar con las despedidas abiertas, ¿entiendes?, recoger sus trastos y volverse a casa. Hazte a la idea de que estás en medio de una maldita guerra y tú eres uno de sus malditos bandos. Dos imbéciles con un te quiero en una mano y un arma en la otra.

-Precisamente por eso joder. Yo deseo recuperarla, yo quiero acabar con esta guerra. Olvidar todo lo que ha ocurrido y volver a casa con ella de la mano como antes.

- Mira, podéis firmar treguas livianas, alejar los frentes unos pasos e incluso podéis abasteceros del mismo pozo durante algún tiempo, pero no esperes que los de verde y los de rojo se vayan casa de la mano después de meterse bayonetas por el culo. Las heridas hondas devuelven personas en reconstrucción, casas con pilares afeminados, sentimientos renqueantes. Por eso no has de confundir las ganas de reponer el daño causado por tus acciones con los verdaderos motivos que os condujeron hasta esta situación. Algo andaba mal.

-¿Quieres decir que algo puede haberse roto después de esto? ¿Que ese mismo algo que no supe bien cómo se construyó puede haberse venido abajo de igual forma?

- No me preguntes eso a mí. Puede ser. Es algo jodido de averiguar, no me gustaría estar en tu tesitura. Y joder, probablemente la veas y la sed te queme la garganta como si ella fuera el último vaso de agua de este mundo y querrás disparar tus te quiero como un loco, pero tendrás que agarrarte los machos y aguantar, que estos conflictos tardan en amainar y hay un espacio de tiempo entre la última bala autorizada a disparar y la última bala que cruza el cielo. Para evitar una recaída no puedes descuidar ese espacio de tiempo. 

Los soldados no deben quitarse nunca el casco, es la norma número uno: protégete siempre. Sobrevivida la guerra, una bala perdida es una manera bastante estúpida de morir.

lunes, 9 de abril de 2012

aquel perfil moreno

Observaba el reflujo de opulencia de sus ojos como un mendigo gris, gruñendo en sus adentros, deseando su labio inferior con hambre rabiosa.

<<Todo cuanto deseaba le pertenecía a ella>>

Mirándola, afincado en la distancia, bebiendo de su imagen con esa distancia, cavilaba...

<<¿No era ese perfil de su nariz  y sus labios la opulencia que ambicionaba?, ¿no era esa caída desordenada de su pelo la propia caída suya?>>

Mirándola malfito y vagabundo se envenenaba en deseos de acomodar su pelo, sostenerlo apenas en sus dedos un segundo y dejarlo escapar en el vacío. Y repetir el proceso una y otra vez hasta adormecerle sus sentidos, hasta gustar su calma con sus manos. Calmar así el gruñido suyo también.

Poder alimentar ese vacío del sin techo, escalar con ilusión afanosa y cíclica las murallas de cartón entre sus dos mundos durante unos minutos. Para luego volver a su bordillo, golpeando su frente y maldiciendo su adicción, con sus manos tiritando en deseos de volverla a anhelar unos minutos más en noches por venir.

Drogar ese abismo suyo hasta otro día en que observar y gruñir de nuevo aquel perfil moreno con ojos de lumbre, aquel perfil en la distancia.

lunes, 26 de marzo de 2012

vive en la orilla

Los niños juegan en la orilla del mar.
Son un cubo, con  muescas y formas que ríen.
Construyen castillos. Y acabados, los contemplan.
Olor a arena mojada, humedad de sueños.
Llega un verdugo espumoso y los arrastra.
 
Se lamentan, se enrabietan, se lloran encima.
Otros más y unos menos, se enjugan los rostros.
Reculan en la playa.
 
Construyen castillos. Y acabados, los contemplan,
pero una hoz acuosa vuelve a arrastrarlos.
Reculan aún mucho más.
 
Construyen y contemplan.
Contemplan y contemplan.
Olor a arena quemada, asilo de podredumbre.
 
Se les gastan los dientes y los ojos.
Secos y seguros. Cuerdos. Reculando.
Pues vaya historia.
El amor vive en la orilla:
con los dementes, con las verdugos.


¿Lecciones aprendidas? Olvidadlas todas si buscáis amar en la orilla. Si no, apuntad y reculad.


miércoles, 21 de marzo de 2012

get the knockout (el natural)

Un natural es su propio aire y no sabe hacer méritos para que lo mires. 
No es que pase, es que no le importa. 
Sabe que ser auténtico es polidactilia, ni se aprende ni se comenta. 
No tiene memoria y si la tiene la saborea en soledad. 
En cambio sí tiene vicios, como la sinceridad torpe y ese intenso almizcle entre encantador e imbécil. 
Ario intransigente, adora su propia especie y bajo ese filtro clasifica a las mujeres. 
En dos tipos.

La minoría, las de su especie, las de bandera. 
Esas que de primeras te zarandean con la mirada y te arrinconan con su belleza, como un matón de sexto curso. 
Imperiosas, te asen de los tobillos colocándote boca abajo, sacudiéndote hasta que nada queda en tus bolsillos que esconder.

Libertan tus pies y esperan pacientes. 
Aguardan con sorna tu reacción henchida de confianza. 
Es entonces cuando te parten la nariz de un puñetazo con el primer beso.
Y te abandonan sangrando terror e indefensión a borbotones para luego curarte con la ternura de quien explora tus miserias y las abraza sin miedo. 


Te aprietan y retuercen también, moldeando todas las fronteras que se antojaban firmes entre los “nunca” y los “puede”. 
Olvídate de incorporarte.
Ya han metido sus pies en tus vergüenzas, en tu humanidad más endeble.

Éstas, las que le acojonan y enorgullecen a partes iguales.
Esas son las que le quitan el sueño. 
¿La segunda clase?Todas las demás
No están del todo mal, saben bajarle los pantalones a uno.

Por eso a un natural no le sermonees sobre cuánto vale una mujer 
porque él sabe admirarla cuándo ve una de verdad. 
Todos sus gestos los guarda por si no se los quisiera volver a regalar 
y le encanta soñarla. 
La sueña, pero si están en el barro sus manos se ensuciarán las primeras.

Entiende que no bese barato, estoy deseando que me rompan la nariz.

viernes, 9 de marzo de 2012

nos costaba la energía

Corríamos embravecidos con espuma blanca en las bocas, como perros con la rabia. Sin mirarnos. Aguantarnos la mirada nos costaba la energía.
Así, presos de un licor que combustionaba en nuestros órganos, huíamos.
Huíamos de los puestos de las flores y de sus vendedoras que, enfermas de ira, estallaban en cientos de colores iracundos también.
Corríamos esclavizados pero riendo, como si parar nos costara el amor o como si aquellas flores malditas no marchitaran en su persecución por quedarnos quietos.
No lograban alcanzarnos pero se encontraban tan cerca. A decir verdad ni siquiera respirábamos o si lo hacíamos no consigo recordarlo. De haberlo necesitado habríamos galopado nuestras vidas o al menos hasta limar los pies y la razón.
Podríamos, incluso, haber sido felices viviendo de aquella manera. Pero no.
El paisaje se transformó, dando paso a una sala llena de espejos. Frené tirando de tu mano. Tus ojos asustados inquirían cuanto había tras de mí, sin encontrarse con los míos. Mientras, las piernas nos temblaban, afanosas por seguir corriendo. Al fin escuché tu voz.
<< ¿Qué ocurre? ¿Por qué paramos?>> 
<< Echa un vistazo a tu alrededor. Somos nosotros. ¿Para qué quiero toda esta energía? ¿Para huir? No quiero seguir corriendo sin mirarte, no quiero reservarme energías para la vuelta. >> 
Por primera vez clavaste en mí tus focos de vida, tan desconocidos, en los míos, para acto seguido explotar en una carcajada y tirarme al suelo.
Lo último que recuerdo es un chorro de luz y rabia naciendo de nuestras lenguas. Una avalancha de energía, arrasándolo todo, haciendo añicos aquellos espejos. Y a cada roce de nuestras narices un nuevo alud enterrando el mundo que conocíamos.
Gastamos los ojos de mirarnos, y vacíos nuestros recipientes, fuimos pasto de los colores de aquellas malditas flores.
Estábamos obligados a regalarnos esos besos, de otra forma, hubieran muerto en nuestras bocas.

Extraído de un sueño que, como tantos otros, solo alcancé a entender una vez cristalizado en palabras.

viernes, 24 de febrero de 2012

toma II (trago con el viejo)

Hijo, ven aquí, hay algo que quiero contarte.
Joder, no dejas de crecer.
Acércate y siéntate conmigo.
Ya tienes edad suficiente para echar un trago con tu viejo.
No te conozco demasiado, es cierto, pero me caes bien, eres un buen chico y cuidas bien de tu madre y tus hermanas.

¿Ves ese cartel de ahí delante?



¿Sabes qué? Olvídate de esa mierda. A lo mejor alguna vez te he dicho lo contrario, de ser así no sabía lo que decía. Quizá algún niño en el colegio te lo haya dicho también, a ese mamón no le vuelvas a hablar, un día será una rata o, peor aún, una jodida paloma.

Definitivamente hay cosas que no compra el dinero, al menos dos que yo conozca. La primera es la muerte, no una cualquiera sino la propia, ¿quién querría comprar su muerte te preguntarás? Cualquiera. Escúchame atentamente, incluso esos nihilistas hijos de puta pagarían por su propia muerte, y si no ponles un revólver en la boca y verás qué rápido ven la luz, pero esa es otra historia…

Se puede comprar la muerte ajena sí, pero yo quiero comprar la mía hijo, comprarla para poder decidir cuándo usarla, para que no me sorprenda un día en la cama o en la taberna con una lista de cosas por hacer, una erección por aprovechar o un paquete de tabaco a medias pero también para no perder el control sobre mis esfínteres o mis palabras y la dignidad con ello. Sabes lo que es un esfínter, ¿no? Claro que lo sabes, eres un chico listo, en ese colegio te enseñan bien.

La segunda cosa es la conciencia. ¿Qué qué es esa basura tan abstracta? Pues a bote pronto te diré que una mezcla de muchos estereotipos y convencionalismos deformados. Un mejunje pringoso y viscoso, un chaval arrinconado y apaleado muchas veces por sus compañeros de clase. Ese marginado del colegio que acaba loco y drogado, precipitando su vida por un sumidero de heces y estrellas. Y todos tenemos uno de esos cabrones aquí dentro.

No se puede comprar la conciencia, no señor, eso es algo que no debes olvidar nunca hijo. Un hombre puede comprar mujeres y hombres, puede comprar su silencio y su palabra, también el éxito, el poder, el sexo, sucedáneos del amor si es que algo de existencia tiene el original, todo lo que puedas imaginar, pero tampoco podrá nunca comprar su conciencia.

Por ponerte un ejemplo sencillo, mira ese escenario, ¿ves todas esas melenas rizadas?, ¿todos esos tacones de charol?, ¿toda esa lencería de encaje barata? Bajo ningún concepto hagas daño a una mujer a sabiendas. No importa su clase. Hiérela por necesidad o por capullo, pero no premeditadamente, nunca por placer. Cabe la posibilidad de que ella lo haga contigo y que entonces tú te quedes con cara de gilipollas, sí, pero serás un gilipollas con la conciencia más limpia que sus bragas.

¿Entiendes lo que te quiero decir? No sé si entiendes lo que te quiero decir…No se pueden comprar, no. Son como una deuda eterna en los bolsillos.

Cuídate bien de esas dos zorras y sus deudas hijo…

Muerte y conciencia. No te queda nada más cuando encaras el cementerio…

¿Vamos fuera a echar un cigarro?
Nunca te he preguntado si fumas…
…[…]…

Fotografía por Manuel Juan Juan

sábado, 11 de febrero de 2012

bolsas de plástico sin nombre

--- Apadrinábamos cientos de horas de oscuridad y silencio, que no de otras cosas está hecho el amor. Sublimando cada gota de ese líquido que bañaba nuestros sueños nos descubrimos extasiados, el uno en el otro.

Recuerdo ver nacer mis manos al templarlas en tu figura por primera vez, construir el primer ábaco rudimentario de dedos nerviosos con que contar tus lunares, inaugurar mi nariz patinando por tu cuello y hacer de las fibras de mis piernas, la primera noche que anduve hacia tu portal, dos manojos: la izquierda de valor y la derecha de temblores. Recuerdo también ser Chronos, jugándote con yemas noveles, con tus ojos clavados en los míos.

Yo te desnudé por primera vez con mis palabras, y ¿tú? Tú eras un puto ángel, la criatura más maravillosa que yo haya visto. Tú me desnudaste la vida.

Así luchaba y prendía fuego al mundo y a las bestias que trataran de dañarte. No mientras me alcanzaran las fuerzas. Me exprimí para enseñarte cuanto supe y extendí mi piel sobre la tuya para abrigarte. Inventé toda suerte de fórmulas para ofrecerte todo cuanto tuve o fui. Te regalé mariposas y libélulas de muñeca para que fueras aún más grande y fuerte y bonita.

A cambio tú perdonabas mis pecados de estar por casa y me hacías curas en las entrañas, purgándome y reconciliándome. 

Mi fortuna era ser el elegido una y otra vez, mi regalo llenar bañeras con lágrimas de orgullo.---



Aquella primavera cayeron los titanes, que convertidos en bolsas de plástico sin nombre, a partir de aquel momento cruzaron sus caminos de planeo caótico en riguroso silencio. Como desconocidas tachuelas en un cinturón antiguo o regalos que olvidaron su valor. 

Ahora que somos una sombra mal nutrida nuestras manos están desiertas, ya hemos pagado el precio. Precio de julio menguado, de desconocidos íntimos, de pingüinos acribillados a balazos.

Apretaste mi corazón con tanta furia que no deja de ser extraño que hoy al verte no sacudas mis pestañas, ni mis dedos, ni mis ojos, que te reconozca a duras penas porque no existes ya fuera de estas líneas. No me quita el sueño nada de ello. Aprendí largo atrás que si el calendario trae brasas: le miras a los ojos y le meas encima para apagarlas.

Fotografía por Manuel Juan Juan

miércoles, 8 de febrero de 2012

gatos cabrones

En el parking,
leyendo con las ventanillas bien abiertas.
El sol me corta la mejilla izquierda.
El aire levanta un maullido quejumbroso,
lo dispara al cielo.
Giro la cabeza,
una niña a la puerta de su viejo deportivo granate se congela,
lo ha escuchado también.
Busca al gato con la mirada,
lo encuentra, lo llama,
lo gana, lo acaricia, lo rinde.
Como si fuera la única criatura de este mundo.
Esencia de ternura. Pureza.

Algunas veces he sido gato, ahora miro desde el coche.
En un gato se me pasará.

viernes, 3 de febrero de 2012

pulmones negros

El amor herido no sabe cuándo morir.

Tiroteado como un colador,
exhuma falsas promesas
y esperanzas de todo a cien.
Se tambalea agonizante.

Le invade el miedo bruto.
Miente y llora lágrimas de cocodrilo.
(sueña dar un paso más)
Sonríe y menea la cola como un labrador.
(imagina vendas limpias, friegas calientes y besos vitaminados)

Es un cigarro enorme:
destructivo,
lento,
adictivo,
fétido.

Terminará ineludiblemente exprimido,
hasta la chusta.
Será una colilla pisoteada en cualquier acera.

Miles de enfermos emparejados encienden los suyos cada noche:
y se lanzan los corazones a la cara,
y se fuman,
y se consumen,
y se arrebujan,
y se buscan con los hocicos,
como dos perros que se acaban de encontrar.

Pero no se acaban de encontrar,
ya se han olido muchas veces,
Se engañan.
Se vendan los ojos y acaban malditos,
agujereados,
ulcerosos.

Todo por no dejar marchar,
por no afrontar su fin,
por ser una nenaza sin cojones.



No engañaros, el corazón, como tantas otras cosas, tiene memoria. También pulmones, condenados a la negritud y la fealdad por todos esos cobardes que no saben dar una muerte digna a ese cigarro que consume el respeto a un sentimiento que tanto cuesta construir.

jueves, 26 de enero de 2012

lo justo para sobrevivir

Las lágrimas que nunca hemos derramado son aquellas que nos convierten en lo que somos: pinochos de cartón-piedra plagados de carencias, de heridas de la guerra entre nuestras decisiones y nuestros arrepentimientos, de losas cobardes a nuestras espaldas.

Mereciéndolo o no, unas reos y otras verdugos, todos arrastramos “taras” en las costuras. Caminamos por los descampados transportando un carrito de la compra lleno de chatarra que hemos ido recogiendo con paciencia, recortes amarillentos de entre las páginas de sucesos de nuestra historia. Vestigios caducados que, sin lugar a dudas, delinearán de por vida nuestros contornos y tenderán a enfriar sin compasión nuestro interior.

Así crecemos o menguamos- según se mire- mientras nos construimos una vida. Así sentimos que a cada anochecer se nos muere una ilusión en lugar de despertar vomitando nuevas. La edad asesinó la ilusión dijeron. Me niego.

Si es cierto que cada cual sufre su locura y la esconde como buenamente puede, entonces no podemos olvidarnos de amar con la inocencia de los niños y comprender que hasta nuestro peor enemigo vive circunstancias y arrastra su carrito de chatarra, sus motivos al fin y al cabo, para ser quién y cómo es.

¿A quién podemos juzgar si nacimos con la discapacidad innata de conocer únicamente nuestra propia historia, nuestros propios orígenes, nuestras propias taras y contornos?

Porque no nos engañemos, esto es lo único que nos da este simpático mundo para poder afrontar como se debe el presente: sin ninguna pregunta al ayer, sin ninguna respuesta al mañana. Nuestro carrito lleno de chatarra, lo justo para sobrevivir.

martes, 17 de enero de 2012

dance me to the end of love

Parece que algo nos trajo aquí esta noche sin pretexto. Tal vez caídos de nidos extraterrestres, tal vez precipitados a empujones por dos corazones que conocen el curso de todas las cosas.

No sé qué plan tendrás tú pero, ¿por qué no dejar que nosotros sea aquí y ahora?

Por el momento me conformo con mirarte fijamente a los ojos y cogerte la mano un par de segundos, tal vez rozar tus piernas en un descuido.

Luego te confesaré –como un niño lo hace con sus travesuras - que prefiero no bailar contigo sino mirarte dar vueltas y vueltas en tu propio mundo y saborear la victoria de saber que los pasos de tu noche acabarán en mí. Observarte bailar hasta firmar por muertos mis ojos, acribillados sin piedad por el vuelo de tu vestido y algún que otro reflejo dorado de tu alma.

Un poco más tarde te diré quizás, que si el amor no es más que arena derramada de las manos, te entierro en montañas de mi tiempo terroso a cambio de una licencia de libertad, esa que me permita enroscarme cada madrugada en tu figura hasta olvidar la palabra mañana o hasta recordar que el mañana tiene tu nombre.

Después de todo, no tenemos nada que perder, en algún lugar nadie nos conoce.
Báilame, báilame hasta que el amor acabe.

“No digáis que agotado su tesoro, falta de asuntos enmudeció la lira.
Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía.” G.A.B.



lunes, 9 de enero de 2012

piezas de coleccionista

Entra dentro de lo probable que en más de una ocasión os hayáis sentido completamente solos en una sala abarrotada de gente, con mayor razón si es conocida. También que hayáis sentido que, de alguna forma, ciertas variantes de vuestra sensibilidad son una debilidad, un lujo salido de un cementerio de elefantes o un obstáculo que se yergue insalvable entre el pellejo que habitáis y el de los demás. Especiales, raros, extraños, distintos al fin y al cabo.

Por mi parte, llegué a pensar que una ligera desviación en la secuencia de mi ADN me precipitó a encontrar refugio al desencanto de este mundo hosco y áspero en la tinta. Tal abanico de sentimientos sensaciones y, por qué no decirlo, estupideces también, reprimidas por no creer disponer del interlocutor idóneo.

Nada más lejos.

Coqueteaba inconscientemente con esa idea fútil de jovenzuelo incomprendido y es ahora, que tengo abiertos los puños, cuando caigo en todos esos individuos que van disfrazados por ahí de Edad Media, con sus corazas de hierro forjado. ¡Cuán atléticos deben ser los espíritus que las soportan! Tiempo ha que prefiero que el mío esté repanchingado y sobrealimentado para así poder descubrirlo al mundo en toda su voluptuosidad.

Antes estaba escondido y creía ser una pieza de coleccionista de esas de: Si no te dejas descubrir no te pueden tocar. Si no te pueden tocar no te pueden romper. Pero amigo mío, te garantizo que tan seguro como el sol sale cada día es que llegará el momento en que su calor se haga tan insoportable que tendrás que mojarte y, la verdad, queda fatal bañarse con armadura.

Es por eso que a mí ahora me gusta bañarme en la vida desnudo y vivir hasta despedirme . Porque es genial eso de sentirse especial, pero casi prefiero ser un juguete que acaba sus días manoseado y desvencijado, pero a fin de cuentas disfrutado, que una pieza de coleccionista orgullosa y altanera que nadie puede tocar por miedo a romper.

*Vivir hasta despedirnos: http://enbuscadepi.blogspot.com/2011/08/vivir-hasta-despedirnos.html

domingo, 1 de enero de 2012

good morning heartache

Durante largo tiempo jugamos a arrancarnos el corazón para tirarlo al tejado del otro. Vestidos de incógnito, con un silencio abierto y público. Apoyados en mensajes de náufrago varados en playas desiertas, esos que se lanzan en botellas sucísimas, con la esperanza vidriosa y deformada de que puedan llegar a otra orilla.
“Estoy aquí y alguien tiene que saberlo. Sé tú ese alguien”

Siempre tú y yo en una batalla hasta el exceso. Llegando al mismo punto, muriendo la misma incertidumbre. Ahora ya sabemos.

Jodido pero contento. Después de todo, he vivido en la aguja de tus tacones y en la suela de tus bailarinas, pero sobre todo he vivido en tu mente y sus habitaciones. 

Muchas noches he acabado esperándote en una baldosa, sin poder moverme, por si acaso al concentrar toda mi masa en ella atrajese un poco de la tuya hasta aquí. Nunca dio resultado pero siempre lo volví a intentar. Así de estúpido y así de náufrago. Adiós botella cristalina, adiós.