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viernes, 3 de febrero de 2012

pulmones negros

El amor herido no sabe cuándo morir.

Tiroteado como un colador,
exhuma falsas promesas
y esperanzas de todo a cien.
Se tambalea agonizante.

Le invade el miedo bruto.
Miente y llora lágrimas de cocodrilo.
(sueña dar un paso más)
Sonríe y menea la cola como un labrador.
(imagina vendas limpias, friegas calientes y besos vitaminados)

Es un cigarro enorme:
destructivo,
lento,
adictivo,
fétido.

Terminará ineludiblemente exprimido,
hasta la chusta.
Será una colilla pisoteada en cualquier acera.

Miles de enfermos emparejados encienden los suyos cada noche:
y se lanzan los corazones a la cara,
y se fuman,
y se consumen,
y se arrebujan,
y se buscan con los hocicos,
como dos perros que se acaban de encontrar.

Pero no se acaban de encontrar,
ya se han olido muchas veces,
Se engañan.
Se vendan los ojos y acaban malditos,
agujereados,
ulcerosos.

Todo por no dejar marchar,
por no afrontar su fin,
por ser una nenaza sin cojones.



No engañaros, el corazón, como tantas otras cosas, tiene memoria. También pulmones, condenados a la negritud y la fealdad por todos esos cobardes que no saben dar una muerte digna a ese cigarro que consume el respeto a un sentimiento que tanto cuesta construir.

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