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domingo, 27 de abril de 2014

sherpas y Luckies

El repiqueteo desordenado de las patas de las gaviotas contra el techo lo despertó. Al parecer, cenar acostado en el capó tan cerca de la costa, tenía el inconveniente de madrugarle a uno en los prolegómenos de la película de Hitchcock. La luz le molestaba en los ojos, que trataban de calibrarse a la luminosidad del amanecer joven, aun  plomizo y crudo.

Entretanto tuvo la extravagante sensación de que acontecía entre él,  aquellos pájaros y el ritual carroñero de fondo, algo parecido a lo que a menudo entre algunos padres y sus hijos pubescentes. Trabajar rutinariamente el pan hasta la casa, descansar apenas las piernas y las espaldas e inaugurar otro nuevo día, a la mesa, con pequeñas bocas digiriendo las pagas de trabajo y también los sueños rutilantes que decidieron amanecer con su llegada. Picos coronados por ojos desagradecidos, que devuelven la mirada, pero no alcanzan a demostrar un vínculo verdadero. O podían ser solamente pájaros comiendo los desperdicios de la noche anterior.

No encontraba la llave inglesa que usaba como manivela para la ventanilla. Hacía años que la manilla original había desaparecido. Como solía decir su abuela -a quien perteneció aquel Buick del 82 antes que a él- “el elevalunas eléctrico fue un lujo en otra época. Jesús no aprueba los lujos, por eso no dejé que aquel vendedor me lo colocara en el coche”.
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