El repiqueteo desordenado de las
patas de las gaviotas contra el techo lo despertó. Al parecer, cenar acostado
en el capó tan cerca de la costa, tenía el inconveniente de madrugarle a uno en
los prolegómenos de la película de Hitchcock. La luz le molestaba en los ojos,
que trataban de calibrarse a la luminosidad del amanecer joven, aun plomizo y crudo.
Entretanto tuvo la extravagante sensación
de que acontecía entre él, aquellos
pájaros y el ritual carroñero de fondo, algo parecido a lo que a menudo entre
algunos padres y sus hijos pubescentes. Trabajar rutinariamente el pan hasta la
casa, descansar apenas las piernas y las espaldas e inaugurar otro nuevo día, a la mesa, con pequeñas bocas
digiriendo las pagas de trabajo y también los sueños rutilantes que decidieron
amanecer con su llegada. Picos coronados por ojos desagradecidos, que devuelven
la mirada, pero no alcanzan a demostrar un vínculo verdadero. O podían ser
solamente pájaros comiendo los desperdicios de la noche anterior.
No encontraba la llave inglesa
que usaba como manivela para la ventanilla. Hacía años que la manilla original
había desaparecido. Como solía decir su abuela -a quien perteneció aquel Buick
del 82 antes que a él- “el elevalunas eléctrico fue un lujo en otra época.
Jesús no aprueba los lujos, por eso no dejé que aquel vendedor me lo colocara
en el coche”.
[...]
[...]
-¡Amén, abuela! Bienaventurados
los valientes que bajan la ventanilla con la izquierda con un Lucky Strike en
la derecha. Sí señora.
Por fin encontró la llave y logró
accionar el mecanismo. Mientras dejaba desaparecer el olor a rancio y a ceniza
se entretuvo observando a las gaviotas venir e ir, mirar de soslayo, marcar
territorio, convenir, conspirar, rebuscar torpemente entre las bolsas o
esforzarse en resolver el puzle que supone una cajetilla de hamburguesa. No le
quedaba tabaco.
Con algo de suerte ese sería su
segundo día sin beber. <<El alcohol y yo no tenemos ningún problema, más
bien todo lo contrario>> y a continuación besaba la botella. Aquella
broma de manual le solía dar buen resultado. Cuando se tienen muchas noches a
las espaldas y otras tantas por venir, se necesita un manual socorrido, ni se
puede ni apetece ser ingenioso todas las veces. Es crítico, sin embargo, no
repetir público y controlar la periodicidad; toma un paso muy corto pasar de
tener tablas a ser un fraude.
Dos noches antes había estado en
la fiesta de cumpleaños de un amigo. Bueno, más bien un conocido reincidente.
Se pasó media noche bebiendo y probando cositas en la sala de juegos. No era un
nombre socarrón, por lo visto aquella había sido sala de juegos de sus hijos
antes de que su madre se los llevara, o algo parecido. El caso es que allí
conoció a un médico y se hicieron íntimos, de los mejores amigos que uno puede
hacer, los que te recuerdan tímidamente en el siguiente encuentro o
directamente no lo hacen. Cantaba
Rodríguez “And I make 16 solid half-hour-friendships…every evening”.
Rechazó la segunda y le contó,
mientras aquél se pintaba la suya sobre la caja del Cluedo, que últimamente
meaba color raro. Que de qué color. Pues un color ciervo rojo tirando al ocre,
un color cobre pero más intenso, aunque no tanto como el jaspe, pero muy
similar.
Concretar el color de su
secreción se convirtió en la cruzada fútil de la noche. Este detalle, al
parecer de suma importancia, derivó en un debate clínico acalorado entre su médico y otro -algo más joven- que
había aparecido minutos después. Para mayor espectáculo, como es bien sabido,
los hombres son a los colores como las mujeres a la conducción, así que el tema
no pintaba del todo bien.
No obstante, consiguió un
pseudodiagnóstico del primer médico -su íntimo- a ráfagas entrecortadas por la
discusión sobre la tonalidad, antes de que se fuera de madre.
-Estás jodido, macho. O puedes
estarlo pronto. Ya no eres un chaval- dijo en cierto momento. Y en otro, - una
infección leve, una insuficiencia renal…mil historias, incluso un puto cáncer…o
nada.- Y por último, -…déjatelo un tiempo. Al menos el alcohol.- mientras se
frotaba insistentemente la nariz.
No es que estuviera muerto de
miedo, genuflexionado como una vieja en la iglesia más cercana -bautizarse por
necesitar creer no era su estilo- pero sí estaba algo acojonado. Ya no era un
chaval. Así que este era su segundo día sin alcohol.
Decidió pasar por la tienda del
coreano. ¡Qué tío aquel coreano! Warren creía ciegamente que de los Urales para
el Este las personas que lo son, lo son a base de tesón y huevos. Habló un par
de minutos con Gong y compró una botella de agua y unos chicles. Al salir para
volver al coche observó a un hombre cargado de bolsas de supermercado,
ensimismado con los televisores del escaparate de la tienda contigua.
<<Ningún hombre es una
isla, completo en sí mismo*. Junto a su familia…>> rezaba la publicidad de
un monovolumen. La imagen, a su vez, retrataba el espacio interior del vehículo
desde los ojos de un padre. Ésta iba posándose de forma efectista en objetos con
una elevada carga emocional (ositos, zapatitos, tiaritas) desperdigados, caídos
u olvidados por sus hijos.
-Menuda charlatanería, eh amigo.-
le señaló Warren al desconocido de las bolsas mientras se desperezaba.
-Hmm- asintió sin apartar la
mirada de los televisores.
<<Venga a descubrir lo que
le faltaba. >> concluía el anuncio.
-Chss…Eh, ¿conoces lo que son los
sherpas?
-Hmm…no. Creo que… ¿son un grupo
nuevo? No. No sé.- contestó dándole un rápido vistazo a un aparcamiento cercano
y de vuelta a los televisores.
-¡Qué coño! Los sherpas tío, esos
indígenas tibetanos que ayudan a los alpinistas a llegar a la cimas de las
montañas.
-Hmm – reincidió sobre el
aparcamiento una vez más antes de posar por primera vez sus ojos en Warren -
¡qué bien!
-La gente ve estas cosas y se
reafirma en el convencimiento de que existe algo entre ella y el mundo. Algo entre, más, ¿entiendes? Algo explicativo
que no alcanzan a entender, entre ellos y el mundo. Así que se dedican a
esperar que ese algo se les presente y les dé la jodida respuesta al qué coño
pinto yo aquí, ¿me explico? Esperando que algo disminuya la brecha hasta sus
metas, sus sueños, sus expectativas o lo que sea. Vaya…como esperando día tras
día que un puto sherpa imaginario te suba a la cima de una montaña imaginaria.
No pongas esa cara de mustio, es la verdad. Si el hombre no es una isla debería
ser capaz de funcionar como una.
Estaríamos menos idos. Dejaríamos de esperar ese maldito algo entre yo y
todo lo demás o de buscar cabezas de turco sobre las que descargar nuestras
miserias. Porque ya te imaginas de quien es la culpa cuando se acaba la bombona
de oxígeno para llegar a la cima, ¿verdad? Del jodido sherpa.– concluyó en un
susurro, con un gesto de secretismo irónico.
Aquel hombre lo observó durante
unos segundos con un puzle facial dinamitado en piezas diminutas y
boquiabiertas.
¿Tienes un cigarrito?- preguntó
Warren por fin, con tono resignado y llevándose los dedos índice y corazón
estirados a la boca, a fin de traerlo de vuelta al mundo.
El hombre dejó el montón de
bolsas que colgaba de una de sus manos sobre el suelo y se llevó la mano al
bolsillo de la pernera contraria. Entretanto apareció una mujer a su espalda.
-Cariño, ¿qué ocurre? Vámonos a
casa. ¿Qué haces hablando con este borracho? Eres demasiado paciente con la
gente…- dijo en tono severo mientras agarraba del brazo a su marido – Recoge
las bolsas, que nos vamos.
-Señora estamos charlando, no soy
un borracho. ¿No ve que estoy bebiendo agua? –la pareja se alejaban ya en dirección
al parking - ¡Mucha suerte con el mueble de su marido! ¡Se está perdiendo la
vida!
Se quedó allí parado, viendo
aquellas dos figuras desaparecer tras la esquina. Estar sobrio se estaba
haciendo cada vez más insoportable, la gente no estaba dispuesta a discutir
acerca de las cosas que realmente importaban. No le quedaba tabaco. Gong tenía
tabaco.
Se volvía para la tienda cuando
se percató de algo. En el suelo. Un paquete de Lucky. Casi entero. Caído del
marido mueble. Cuando vino su señora esposa. El oasis del día.
-Oh, la vida aprieta a los
profetas pero nunca los ahoga señor. Estaría bien que
los idiotas también llevaran fotos desagradables en la cubierta. Para ahorrar
tiempo. – pensó en voz alta. Recogió el paquete del suelo e inició el
camino hacia el paseo de la playa.
No escasean los días en que asumo una nueva porción de ignorancia. La de hoy lleva el nombre de Warren Zevon. Gracias por descubrírmelo.
ResponderEliminarGracias a ti Klaatu. No sé si este te dará para un libro. Un abrazo!
EliminarMuy tuya esa frase de "¡Se está perdiendo la vida!" Grande
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