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domingo, 27 de abril de 2014

sherpas y Luckies

El repiqueteo desordenado de las patas de las gaviotas contra el techo lo despertó. Al parecer, cenar acostado en el capó tan cerca de la costa, tenía el inconveniente de madrugarle a uno en los prolegómenos de la película de Hitchcock. La luz le molestaba en los ojos, que trataban de calibrarse a la luminosidad del amanecer joven, aun  plomizo y crudo.

Entretanto tuvo la extravagante sensación de que acontecía entre él,  aquellos pájaros y el ritual carroñero de fondo, algo parecido a lo que a menudo entre algunos padres y sus hijos pubescentes. Trabajar rutinariamente el pan hasta la casa, descansar apenas las piernas y las espaldas e inaugurar otro nuevo día, a la mesa, con pequeñas bocas digiriendo las pagas de trabajo y también los sueños rutilantes que decidieron amanecer con su llegada. Picos coronados por ojos desagradecidos, que devuelven la mirada, pero no alcanzan a demostrar un vínculo verdadero. O podían ser solamente pájaros comiendo los desperdicios de la noche anterior.

No encontraba la llave inglesa que usaba como manivela para la ventanilla. Hacía años que la manilla original había desaparecido. Como solía decir su abuela -a quien perteneció aquel Buick del 82 antes que a él- “el elevalunas eléctrico fue un lujo en otra época. Jesús no aprueba los lujos, por eso no dejé que aquel vendedor me lo colocara en el coche”.
[...]
-¡Amén, abuela! Bienaventurados los valientes que bajan la ventanilla con la izquierda con un Lucky Strike en la derecha. Sí señora.

Por fin encontró la llave y logró accionar el mecanismo. Mientras dejaba desaparecer el olor a rancio y a ceniza se entretuvo observando a las gaviotas venir e ir, mirar de soslayo, marcar territorio, convenir, conspirar, rebuscar torpemente entre las bolsas o esforzarse en resolver el puzle que supone una cajetilla de hamburguesa. No le quedaba tabaco.

Con algo de suerte ese sería su segundo día sin beber. <<El alcohol y yo no tenemos ningún problema, más bien todo lo contrario>> y a continuación besaba la botella. Aquella broma de manual le solía dar buen resultado. Cuando se tienen muchas noches a las espaldas y otras tantas por venir, se necesita un manual socorrido, ni se puede ni apetece ser ingenioso todas las veces. Es crítico, sin embargo, no repetir público y controlar la periodicidad; toma un paso muy corto pasar de tener tablas a ser un fraude.  

Dos noches antes había estado en la fiesta de cumpleaños de un amigo. Bueno, más bien un conocido reincidente. Se pasó media noche bebiendo y probando cositas en la sala de juegos. No era un nombre socarrón, por lo visto aquella había sido sala de juegos de sus hijos antes de que su madre se los llevara, o algo parecido. El caso es que allí conoció a un médico y se hicieron íntimos, de los mejores amigos que uno puede hacer, los que te recuerdan tímidamente en el siguiente encuentro o directamente no lo hacen. Cantaba Rodríguez “And I make 16 solid half-hour-friendships…every evening”.

Rechazó la segunda y le contó, mientras aquél se pintaba la suya sobre la caja del Cluedo, que últimamente meaba color raro. Que de qué color. Pues un color ciervo rojo tirando al ocre, un color cobre pero más intenso, aunque no tanto como el jaspe, pero muy similar.

Concretar el color de su secreción se convirtió en la cruzada fútil de la noche. Este detalle, al parecer de suma importancia, derivó en un debate clínico acalorado entre su médico y otro -algo más joven- que había aparecido minutos después. Para mayor espectáculo, como es bien sabido, los hombres son a los colores como las mujeres a la conducción, así que el tema no pintaba del todo bien.

No obstante, consiguió un pseudodiagnóstico del primer médico -su íntimo- a ráfagas entrecortadas por la discusión sobre la tonalidad, antes de que se fuera de madre.

-Estás jodido, macho. O puedes estarlo pronto. Ya no eres un chaval- dijo en cierto momento. Y en otro, - una infección leve, una insuficiencia renal…mil historias, incluso un puto cáncer…o nada.- Y por último, -…déjatelo un tiempo. Al menos el alcohol.- mientras se frotaba insistentemente la nariz.

No es que estuviera muerto de miedo, genuflexionado como una vieja en la iglesia más cercana -bautizarse por necesitar creer no era su estilo- pero sí estaba algo acojonado. Ya no era un chaval. Así que este era su segundo día sin alcohol.

Decidió pasar por la tienda del coreano. ¡Qué tío aquel coreano! Warren creía ciegamente que de los Urales para el Este las personas que lo son, lo son a base de tesón y huevos. Habló un par de minutos con Gong y compró una botella de agua y unos chicles. Al salir para volver al coche observó a un hombre cargado de bolsas de supermercado, ensimismado con los televisores del escaparate de la tienda contigua.

<<Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo*. Junto a su familia…>> rezaba la publicidad de un monovolumen. La imagen, a su vez, retrataba el espacio interior del vehículo desde los ojos de un padre. Ésta iba posándose de forma efectista en objetos con una elevada carga emocional (ositos, zapatitos, tiaritas) desperdigados, caídos u olvidados por sus hijos.

-Menuda charlatanería, eh amigo.- le señaló Warren al desconocido de las bolsas mientras se  desperezaba.
-Hmm- asintió sin apartar la mirada de los televisores.

<<Venga a descubrir lo que le faltaba. >> concluía el anuncio.

-Chss…Eh, ¿conoces lo que son los sherpas?
-Hmm…no. Creo que… ¿son un grupo nuevo? No. No sé.- contestó dándole un rápido vistazo a un aparcamiento cercano y de vuelta a los televisores.
-¡Qué coño! Los sherpas tío, esos indígenas tibetanos que ayudan a los alpinistas a llegar a la cimas de las montañas.
-Hmm – reincidió sobre el aparcamiento una vez más antes de posar por primera vez sus ojos en Warren - ¡qué bien!
-La gente ve estas cosas y se reafirma en el convencimiento de que existe algo entre ella y el mundo. Algo entre, más, ¿entiendes? Algo explicativo que no alcanzan a entender, entre ellos y el mundo. Así que se dedican a esperar que ese algo se les presente y les dé la jodida respuesta al qué coño pinto yo aquí, ¿me explico? Esperando que algo disminuya la brecha hasta sus metas, sus sueños, sus expectativas o lo que sea. Vaya…como esperando día tras día que un puto sherpa imaginario te suba a la cima de una montaña imaginaria. No pongas esa cara de mustio, es la verdad. Si el hombre no es una isla debería ser capaz de funcionar como una.  Estaríamos menos idos. Dejaríamos de esperar ese maldito algo entre yo y todo lo demás o de buscar cabezas de turco sobre las que descargar nuestras miserias. Porque ya te imaginas de quien es la culpa cuando se acaba la bombona de oxígeno para llegar a la cima, ¿verdad? Del jodido sherpa.– concluyó en un susurro, con un gesto de secretismo irónico.

Aquel hombre lo observó durante unos segundos con un puzle facial dinamitado en piezas diminutas y boquiabiertas. 

¿Tienes un cigarrito?- preguntó Warren por fin, con tono resignado y llevándose los dedos índice y corazón estirados a la boca, a fin de traerlo de vuelta al mundo.

El hombre dejó el montón de bolsas que colgaba de una de sus manos sobre el suelo y se llevó la mano al bolsillo de la pernera contraria. Entretanto apareció una mujer a su espalda.

-Cariño, ¿qué ocurre? Vámonos a casa. ¿Qué haces hablando con este borracho? Eres demasiado paciente con la gente…- dijo en tono severo mientras agarraba del brazo a su marido – Recoge las bolsas, que nos vamos.
-Señora estamos charlando, no soy un borracho. ¿No ve que estoy bebiendo agua? –la pareja se alejaban ya en dirección al parking - ¡Mucha suerte con el mueble de su marido! ¡Se está perdiendo la vida!

Se quedó allí parado, viendo aquellas dos figuras desaparecer tras la esquina. Estar sobrio se estaba haciendo cada vez más insoportable, la gente no estaba dispuesta a discutir acerca de las cosas que realmente importaban. No le quedaba tabaco. Gong tenía tabaco.

Se volvía para la tienda cuando se percató de algo. En el suelo. Un paquete de Lucky. Casi entero. Caído del marido mueble. Cuando vino su señora esposa. El oasis del día.


-Oh, la vida aprieta a los profetas pero nunca los ahoga señor. Estaría bien que los idiotas también llevaran fotos desagradables en la cubierta. Para ahorrar tiempo. – pensó en voz alta. Recogió el paquete del suelo e inició el camino hacia el paseo de la playa.


*John Donne

3 comentarios:

  1. No escasean los días en que asumo una nueva porción de ignorancia. La de hoy lleva el nombre de Warren Zevon. Gracias por descubrírmelo.

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    1. Gracias a ti Klaatu. No sé si este te dará para un libro. Un abrazo!

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  2. Muy tuya esa frase de "¡Se está perdiendo la vida!" Grande

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