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miércoles, 4 de septiembre de 2013

el niño león


Bajo la alcachofa de la ducha, recuerdo que hubo un tiempo en que disfrutabas de veras con mis palabras. Y yo también. De siempre, encuentro incómodo leerlas pasado un tiempo. Es extenuante y extraño revisitarme de esa forma. Algún día me sentaré a escribir sobre ello, pero digamos que las líneas son más crueles que las fotos. Sí, ya sé que la nostalgia, como dulzura de lo que fue, da caries. A pesar de ello, me encuentro cometiendo pequeños delitos, picando entre horas. Recuerdo nuestros encuentros casuales, hace ya un tiempo. Apuesto a que te ponías muy nerviosa pero a mí me encantaba verte. Aquello era auténtico e íntimo. Un verdadero paréntesis en el que nos disfrutábamos. Nunca supe por qué yo, qué era lo que me convertía en un activo tan valioso. Desde luego no era cuestión de novedad, si acaso de fidelización. El producto funcionaba y, juntos, y admirados, nos multiplicábamos por mil. En esos ratos contigo, era el mejor yo que he sido o, al menos, la proyección inequívoca del yo que quería ser. Era así, en toda mi rotundidad y determinación.  Ahora muchos días me siento un fraude. La clase de pelele que aborrezco. Probablemente ese es uno de los problemas de este golpe de timón.

Mientras me seco, sentado en la oscuridad, recuerdo aún algo más. Siendo niño, en la pista de fútbol de Montemar, la que estaba justo al lado del parque infantil, unos chavales más mayores me abordaron y me chorizaron el balón. El balón no me importaba, además no era “de reglamento”, pero esos bastardos me pasaron por encima. Volví a donde estaba mi guardián, chofer y consejero. La cara roja, el pelo revuelto, la ropa llena de tierra y un agujero en la rodilla del pantalón, como herida del asalto a mi orgullo, que más tarde ocultaría un parche de Pluto cosido por mi madre. A la luz de los indicios y desde la torpe, aunque afanosa, comprensión de un vieja escuela, hombre para mayor parquedad, una conversación de hombre a hombre comenzó a gestarse. Y parió, cuando el llanto silencioso sucedió a la crónica.

Escúchame bien Nachete - agarró mis muñecas temblorosas con sus manos.- En la vida hay dos clases de hombres: los que lloran de miedo y los que lloran de rabia. Tú eres de los segundos Nacho, tú eres fuerte y decidido, el más fuerte de los tres. Lo veo en ti, eres un león. Domínate, domínala, y en lugar de castigarte a ti, castiga al mundo con esa furia y esas agallas.

Continúe furioso, sin entender nada de aquello, llorando desde cada nervio de mi cuerpo con los puños apretados, por esa vez y muchas otras más adelante, todas las que la vida impuso su ley sobre la mía. En el camino de vuelta a casa caí extenuado en el asiento de atrás.

Visto ahora, es quizá la única lección que recuerdo de mi infancia. Es lo que soy. Aquel hombre en aquel parque supo diseccionar al niño y, gracias a eso, siempre sabré, en esencia, qué clase de hombre soy.