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viernes, 24 de febrero de 2012

toma II (trago con el viejo)

Hijo, ven aquí, hay algo que quiero contarte.
Joder, no dejas de crecer.
Acércate y siéntate conmigo.
Ya tienes edad suficiente para echar un trago con tu viejo.
No te conozco demasiado, es cierto, pero me caes bien, eres un buen chico y cuidas bien de tu madre y tus hermanas.

¿Ves ese cartel de ahí delante?



¿Sabes qué? Olvídate de esa mierda. A lo mejor alguna vez te he dicho lo contrario, de ser así no sabía lo que decía. Quizá algún niño en el colegio te lo haya dicho también, a ese mamón no le vuelvas a hablar, un día será una rata o, peor aún, una jodida paloma.

Definitivamente hay cosas que no compra el dinero, al menos dos que yo conozca. La primera es la muerte, no una cualquiera sino la propia, ¿quién querría comprar su muerte te preguntarás? Cualquiera. Escúchame atentamente, incluso esos nihilistas hijos de puta pagarían por su propia muerte, y si no ponles un revólver en la boca y verás qué rápido ven la luz, pero esa es otra historia…

Se puede comprar la muerte ajena sí, pero yo quiero comprar la mía hijo, comprarla para poder decidir cuándo usarla, para que no me sorprenda un día en la cama o en la taberna con una lista de cosas por hacer, una erección por aprovechar o un paquete de tabaco a medias pero también para no perder el control sobre mis esfínteres o mis palabras y la dignidad con ello. Sabes lo que es un esfínter, ¿no? Claro que lo sabes, eres un chico listo, en ese colegio te enseñan bien.

La segunda cosa es la conciencia. ¿Qué qué es esa basura tan abstracta? Pues a bote pronto te diré que una mezcla de muchos estereotipos y convencionalismos deformados. Un mejunje pringoso y viscoso, un chaval arrinconado y apaleado muchas veces por sus compañeros de clase. Ese marginado del colegio que acaba loco y drogado, precipitando su vida por un sumidero de heces y estrellas. Y todos tenemos uno de esos cabrones aquí dentro.

No se puede comprar la conciencia, no señor, eso es algo que no debes olvidar nunca hijo. Un hombre puede comprar mujeres y hombres, puede comprar su silencio y su palabra, también el éxito, el poder, el sexo, sucedáneos del amor si es que algo de existencia tiene el original, todo lo que puedas imaginar, pero tampoco podrá nunca comprar su conciencia.

Por ponerte un ejemplo sencillo, mira ese escenario, ¿ves todas esas melenas rizadas?, ¿todos esos tacones de charol?, ¿toda esa lencería de encaje barata? Bajo ningún concepto hagas daño a una mujer a sabiendas. No importa su clase. Hiérela por necesidad o por capullo, pero no premeditadamente, nunca por placer. Cabe la posibilidad de que ella lo haga contigo y que entonces tú te quedes con cara de gilipollas, sí, pero serás un gilipollas con la conciencia más limpia que sus bragas.

¿Entiendes lo que te quiero decir? No sé si entiendes lo que te quiero decir…No se pueden comprar, no. Son como una deuda eterna en los bolsillos.

Cuídate bien de esas dos zorras y sus deudas hijo…

Muerte y conciencia. No te queda nada más cuando encaras el cementerio…

¿Vamos fuera a echar un cigarro?
Nunca te he preguntado si fumas…
…[…]…

Fotografía por Manuel Juan Juan

sábado, 11 de febrero de 2012

bolsas de plástico sin nombre

--- Apadrinábamos cientos de horas de oscuridad y silencio, que no de otras cosas está hecho el amor. Sublimando cada gota de ese líquido que bañaba nuestros sueños nos descubrimos extasiados, el uno en el otro.

Recuerdo ver nacer mis manos al templarlas en tu figura por primera vez, construir el primer ábaco rudimentario de dedos nerviosos con que contar tus lunares, inaugurar mi nariz patinando por tu cuello y hacer de las fibras de mis piernas, la primera noche que anduve hacia tu portal, dos manojos: la izquierda de valor y la derecha de temblores. Recuerdo también ser Chronos, jugándote con yemas noveles, con tus ojos clavados en los míos.

Yo te desnudé por primera vez con mis palabras, y ¿tú? Tú eras un puto ángel, la criatura más maravillosa que yo haya visto. Tú me desnudaste la vida.

Así luchaba y prendía fuego al mundo y a las bestias que trataran de dañarte. No mientras me alcanzaran las fuerzas. Me exprimí para enseñarte cuanto supe y extendí mi piel sobre la tuya para abrigarte. Inventé toda suerte de fórmulas para ofrecerte todo cuanto tuve o fui. Te regalé mariposas y libélulas de muñeca para que fueras aún más grande y fuerte y bonita.

A cambio tú perdonabas mis pecados de estar por casa y me hacías curas en las entrañas, purgándome y reconciliándome. 

Mi fortuna era ser el elegido una y otra vez, mi regalo llenar bañeras con lágrimas de orgullo.---



Aquella primavera cayeron los titanes, que convertidos en bolsas de plástico sin nombre, a partir de aquel momento cruzaron sus caminos de planeo caótico en riguroso silencio. Como desconocidas tachuelas en un cinturón antiguo o regalos que olvidaron su valor. 

Ahora que somos una sombra mal nutrida nuestras manos están desiertas, ya hemos pagado el precio. Precio de julio menguado, de desconocidos íntimos, de pingüinos acribillados a balazos.

Apretaste mi corazón con tanta furia que no deja de ser extraño que hoy al verte no sacudas mis pestañas, ni mis dedos, ni mis ojos, que te reconozca a duras penas porque no existes ya fuera de estas líneas. No me quita el sueño nada de ello. Aprendí largo atrás que si el calendario trae brasas: le miras a los ojos y le meas encima para apagarlas.

Fotografía por Manuel Juan Juan

miércoles, 8 de febrero de 2012

gatos cabrones

En el parking,
leyendo con las ventanillas bien abiertas.
El sol me corta la mejilla izquierda.
El aire levanta un maullido quejumbroso,
lo dispara al cielo.
Giro la cabeza,
una niña a la puerta de su viejo deportivo granate se congela,
lo ha escuchado también.
Busca al gato con la mirada,
lo encuentra, lo llama,
lo gana, lo acaricia, lo rinde.
Como si fuera la única criatura de este mundo.
Esencia de ternura. Pureza.

Algunas veces he sido gato, ahora miro desde el coche.
En un gato se me pasará.

viernes, 3 de febrero de 2012

pulmones negros

El amor herido no sabe cuándo morir.

Tiroteado como un colador,
exhuma falsas promesas
y esperanzas de todo a cien.
Se tambalea agonizante.

Le invade el miedo bruto.
Miente y llora lágrimas de cocodrilo.
(sueña dar un paso más)
Sonríe y menea la cola como un labrador.
(imagina vendas limpias, friegas calientes y besos vitaminados)

Es un cigarro enorme:
destructivo,
lento,
adictivo,
fétido.

Terminará ineludiblemente exprimido,
hasta la chusta.
Será una colilla pisoteada en cualquier acera.

Miles de enfermos emparejados encienden los suyos cada noche:
y se lanzan los corazones a la cara,
y se fuman,
y se consumen,
y se arrebujan,
y se buscan con los hocicos,
como dos perros que se acaban de encontrar.

Pero no se acaban de encontrar,
ya se han olido muchas veces,
Se engañan.
Se vendan los ojos y acaban malditos,
agujereados,
ulcerosos.

Todo por no dejar marchar,
por no afrontar su fin,
por ser una nenaza sin cojones.



No engañaros, el corazón, como tantas otras cosas, tiene memoria. También pulmones, condenados a la negritud y la fealdad por todos esos cobardes que no saben dar una muerte digna a ese cigarro que consume el respeto a un sentimiento que tanto cuesta construir.