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domingo, 15 de abril de 2012

de guerras, quereres y balas perdidas

-Pero yo la quiero...

-Seguramente que eso es bien cierto y que ella también lo hace chico, pero un hombre…un hombre a veces debe acabar con las despedidas abiertas, ¿entiendes?, recoger sus trastos y volverse a casa. Hazte a la idea de que estás en medio de una maldita guerra y tú eres uno de sus malditos bandos. Dos imbéciles con un te quiero en una mano y un arma en la otra.

-Precisamente por eso joder. Yo deseo recuperarla, yo quiero acabar con esta guerra. Olvidar todo lo que ha ocurrido y volver a casa con ella de la mano como antes.

- Mira, podéis firmar treguas livianas, alejar los frentes unos pasos e incluso podéis abasteceros del mismo pozo durante algún tiempo, pero no esperes que los de verde y los de rojo se vayan casa de la mano después de meterse bayonetas por el culo. Las heridas hondas devuelven personas en reconstrucción, casas con pilares afeminados, sentimientos renqueantes. Por eso no has de confundir las ganas de reponer el daño causado por tus acciones con los verdaderos motivos que os condujeron hasta esta situación. Algo andaba mal.

-¿Quieres decir que algo puede haberse roto después de esto? ¿Que ese mismo algo que no supe bien cómo se construyó puede haberse venido abajo de igual forma?

- No me preguntes eso a mí. Puede ser. Es algo jodido de averiguar, no me gustaría estar en tu tesitura. Y joder, probablemente la veas y la sed te queme la garganta como si ella fuera el último vaso de agua de este mundo y querrás disparar tus te quiero como un loco, pero tendrás que agarrarte los machos y aguantar, que estos conflictos tardan en amainar y hay un espacio de tiempo entre la última bala autorizada a disparar y la última bala que cruza el cielo. Para evitar una recaída no puedes descuidar ese espacio de tiempo. 

Los soldados no deben quitarse nunca el casco, es la norma número uno: protégete siempre. Sobrevivida la guerra, una bala perdida es una manera bastante estúpida de morir.

lunes, 9 de abril de 2012

aquel perfil moreno

Observaba el reflujo de opulencia de sus ojos como un mendigo gris, gruñendo en sus adentros, deseando su labio inferior con hambre rabiosa.

<<Todo cuanto deseaba le pertenecía a ella>>

Mirándola, afincado en la distancia, bebiendo de su imagen con esa distancia, cavilaba...

<<¿No era ese perfil de su nariz  y sus labios la opulencia que ambicionaba?, ¿no era esa caída desordenada de su pelo la propia caída suya?>>

Mirándola malfito y vagabundo se envenenaba en deseos de acomodar su pelo, sostenerlo apenas en sus dedos un segundo y dejarlo escapar en el vacío. Y repetir el proceso una y otra vez hasta adormecerle sus sentidos, hasta gustar su calma con sus manos. Calmar así el gruñido suyo también.

Poder alimentar ese vacío del sin techo, escalar con ilusión afanosa y cíclica las murallas de cartón entre sus dos mundos durante unos minutos. Para luego volver a su bordillo, golpeando su frente y maldiciendo su adicción, con sus manos tiritando en deseos de volverla a anhelar unos minutos más en noches por venir.

Drogar ese abismo suyo hasta otro día en que observar y gruñir de nuevo aquel perfil moreno con ojos de lumbre, aquel perfil en la distancia.