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jueves, 26 de enero de 2012

lo justo para sobrevivir

Las lágrimas que nunca hemos derramado son aquellas que nos convierten en lo que somos: pinochos de cartón-piedra plagados de carencias, de heridas de la guerra entre nuestras decisiones y nuestros arrepentimientos, de losas cobardes a nuestras espaldas.

Mereciéndolo o no, unas reos y otras verdugos, todos arrastramos “taras” en las costuras. Caminamos por los descampados transportando un carrito de la compra lleno de chatarra que hemos ido recogiendo con paciencia, recortes amarillentos de entre las páginas de sucesos de nuestra historia. Vestigios caducados que, sin lugar a dudas, delinearán de por vida nuestros contornos y tenderán a enfriar sin compasión nuestro interior.

Así crecemos o menguamos- según se mire- mientras nos construimos una vida. Así sentimos que a cada anochecer se nos muere una ilusión en lugar de despertar vomitando nuevas. La edad asesinó la ilusión dijeron. Me niego.

Si es cierto que cada cual sufre su locura y la esconde como buenamente puede, entonces no podemos olvidarnos de amar con la inocencia de los niños y comprender que hasta nuestro peor enemigo vive circunstancias y arrastra su carrito de chatarra, sus motivos al fin y al cabo, para ser quién y cómo es.

¿A quién podemos juzgar si nacimos con la discapacidad innata de conocer únicamente nuestra propia historia, nuestros propios orígenes, nuestras propias taras y contornos?

Porque no nos engañemos, esto es lo único que nos da este simpático mundo para poder afrontar como se debe el presente: sin ninguna pregunta al ayer, sin ninguna respuesta al mañana. Nuestro carrito lleno de chatarra, lo justo para sobrevivir.

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