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sábado, 11 de agosto de 2012

microsoledades


Llevo horas intentando quitarme de encima una de esas ideas furiosamente injustas que todo hombre de bien ha de domar o esconder bajo la alfombra: hablar a destiempo. He estado aspirando copas, con la esperanza de que alguna se convirtiera en cerbatana con dardos que anestesiaran. Pero la borrachera de hierbas ha terminado por bucearme y ponerme la tristeza de punta. Y a mí, que soy muy de pintar cuadros desangelados, me da por vestirme con el uniforme de fulano triste. De un triste calmado y sin adornos, proletario y arrugado. Un uniforme al fin y al cabo.

Eso tan injusto que quería decirte es, que mientras estaba dándote ese abrazo con fecha, rezaba a escondidas para que la nieve estuviera bien sucia y todo fuera oscuro, porque el paisaje te enfriara los dedos de los pies, porque fueras a volver corriendo.

También, que imaginarte perdida en los cruces de todas esas calles cubiertas de blanco sin tu llave de tinta numerada en suerte, me viene grande. Porque no quiero quedarme atrás, languideciendo como kilómetros de quitamiedos que, perplejos, se superponen en microsoledades. Microsoledades acumuladas en meses con días y días con pan. Con pan pero sin ti.



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