Llevo horas intentando
quitarme de encima una de esas ideas furiosamente injustas que todo hombre de
bien ha de domar o esconder bajo la alfombra: hablar a destiempo. He estado aspirando copas, con la esperanza de que
alguna se convirtiera en cerbatana con dardos que anestesiaran. Pero la borrachera de
hierbas ha terminado por bucearme y ponerme la tristeza de punta. Y a mí, que
soy muy de pintar cuadros desangelados, me da por vestirme con el uniforme de
fulano triste. De un triste calmado y sin adornos, proletario y arrugado. Un uniforme
al fin y al cabo.
Eso tan injusto que
quería decirte es, que mientras estaba dándote ese abrazo con fecha, rezaba a
escondidas para que la nieve estuviera bien sucia y todo fuera oscuro, porque
el paisaje te enfriara los dedos de los pies, porque fueras a volver corriendo.
También, que imaginarte
perdida en los cruces de todas esas calles cubiertas de blanco sin tu llave de
tinta numerada en suerte, me viene grande. Porque no quiero quedarme atrás,
languideciendo como kilómetros de quitamiedos que, perplejos, se superponen en
microsoledades. Microsoledades acumuladas en meses con días y días con pan. Con
pan pero sin ti.
i l u s m
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