-Así que vino y me contó algo muy confuso. Soy incapaz de
recordarlo con claridad precisamente por eso, pero desde luego era confuso. No
tanto por las frases como por el desorden con que se sucedían. El tema está en
que, en alguna esquina de aquella historia borgiana, abrió la caja
de los truenos. “Las cosas no son como al principio”. Como lo oyes. Eso dijo. Y
claro, tú me conoces bien, toda la nieve que pude acumular en el paladar se la
escupí en un alud, todo sea dicho a un volumen de lo más razonable. “Por
si no te habías dado cuenta, amor, esto no es el puto Diario de Noah,
así que déjate de películas y dime claro qué ocurre porque hoy no parece que
vaya a haber paseo en globo y beso. ”
-Cuando te pones rollo depredador dulce acojonas un huevo.
No esperaba menos de ti. Bienvenida a la nieve muñeca.
-Espera, espera, porque el segundo acto, después de varios
balbuceos e intentonas, fue un esfuerzo encomiable por edulcorar la
verdad con frases vacías (o vaciadas de tanto usarlas, qué se yo) y clichés de
todo a cien. Yo insistí en ahorrarle tal dispendio de saliva, en invitarla a
salir de allí, lo prometo, pero ella se resistía y continuaba, sin cesar y a un
ritmo totalmente descontrolado, saboteando una tras otra las alegrías que
habíamos construido. Me quería edulcorar la verdad, a mí, ¿lo puedes creer?
Cuando todo aquel que conoce lo mínimo de la vida sabe que la verdad es una
puta y hasta donde yo sé, las putas las tienes de 15 y de 1.500, pero con
sacarina y estrechitas no existen. No sé por qué te estaba contando todo esto…
- Porque trató de edulcorarte la realidad
en lugar de hablar llanamente y explicarte lo que había.
-Ah. Sí, sí. Eso pretendía. Qué rabia. Me recordó a cuando
era pequeño y se murió miperro. Adoraba a ese maldito perro. No tendría
más de 9 años.
-¿Tú?
-Yo, ¿qué? No. El perro, joder. Yo tendría nueve o diez. Se
puso muy enfermo, uno de esos mosquitos hijos de puta y no hubo otro remedio
que sacrificarlo. Cuando ya estaba muerto, a mi madre (que en un esfuerzo por
ahorrarme una despedida, un berrinche o un intento de fuga a lomos de mi perro
enfermo, no me lo contó hasta que estuvo hecho) se le ocurrió comprarme un
helado justo antes de darme la noticia. Como si una subida de azúcar fuera a
frenar la caída a la tristeza. Intentó explicármelo lo mejor posible. Íbamos de
vuelta en el coche de la heladería a casa y yo; que desde pequeño he sido de lo
más cuco, o retorcido, o imaginativo, o la suma de todo ello sublimada en la
expresión con que mi abuelo me bautizara, a los seis años de edad, tan
acertadamente: tú eres la mar de chulo y un poquito cabrón; empezaba a darle
vueltas al asunto, porque para mí que eso tan espontáneo y sin antecedente de
“vamos a comprar un helado” tenía alguna doblez. Mi madre, la pobre mensajera,
me contó en un tono franco y adulto, incluso un tanto afectado, cómo, ante una
enfermedad cogida demasiado tarde, sacrificar a nuestro perro era la única
opción digna para él. Y yo entretanto, lo recuerdo como si lo tuviera en
mi mano derecha aún, no dejaba de mirar aquel helado, pensando en quién tendría
el valor de comérselo así sin más, en por qué un perro se moría por un mosquito
cuando a mi me picaban cada noche en el porche y él, perro que era, se me
antojaba por lo menos mil veces más resistente, pero sobre todo pensaba en el
helado y en que comérselo sería de cobardes y de chicas, que él no hubiera
querido que lo hiciera, que quién se habría creído mi madre que era yo. Pero,
con todo, ¿sabes qué fue lo que más me dolió?
-¿Que tu madre intentara aliviar la noticia dándote la
alegría del helado? Estoy seguro de que fue con la mejor intención…
- ¿Qué dices? No. Bueno, eso también. Lo que más me dolió
fue que yo sabía que estaba enfermo. Me pasé varios meses diciendo que estaba
más delgado, que se le notaba cansado y sin fuerzas. Siempre había tenido una
gran energía, era tremendamente vigoroso, pero en ese tiempo estaba en los
huesos, jodidamente raquítico y errático, como desorientado.
Lo notaba cuando lo abrazaba y lo acariciaba. Estaba convencido de que algo le
ocurría, sabía que estaba enfermo, lo sabía y lo dije.
- Pobrecillo. Menuda putada. Y, ¿ella?
-¿Qué ella? Era un macho. ¿Mi madre dices?
- La chica joder
-¡Ah! ¿Ella? Ella sigue viva.- y tras varios segundos.-
Aunque mentía como un mosquito hijo de puta.
La mar de chulo y un poquito cabron..que grande el abuelo.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte a ti y otro para Danko..donde se encuentre
Tu hermano