Ahí estaban tirados, yaciendo como dos
exploradores, que cansados de buscar un agua, deciden encontrar una sed.
Buscando en sí, encontraron sed, pero también lenguas extrañas. Estas lenguas
murmuraban a un volumen casi imperceptible, aleteando en una frecuencia rara y, como ya murmuraban ellas, ellos prefirieron callar. Callaron y cayeron, el uno
en el otro, umbilicales y apresados. A cada aleteo más desnutridos sus
estómagos. Huérfanos, fetales y uno.
En este mundo, en este, a veintiún metros
sobre el suelo, un viento africano templadísimo barrió sus pieles exfoliando
las quimeras que el crecer se cobra en los poros, intercambiándolas por minúsculos
escalofríos.
Y entonces escribí:
Con oler tu vientre soy todo hueco y silencio,
por un instante los por qués me dejan
aspirar algo de aire en el pabellón de fusilamiento. Una bocanada que antes de
llegar y, como casi todo lo que uno
anhela, se disuelve a orillas de los sentidos. Sin retrato, sin guarida, sin
reserva, es comprarles aire de vida a los rifles para, impelido y empujado, saborearlo, al fin, libremente.
Pero ya le siento subir las escaleras y
abrir la puerta. Mientras me arrebujo más y más en tu vientre, y hundo mi nariz
en tu foso y mis ojos en las suyas, cada vez con más firmeza, lo siento llegar
hasta mi, su mano en mi hombro.
“Aún no, aún no. No me lleves de aquí aún.”
En este mundo, en este, tuve suficiente y
nada más. Suficiente.
¿No es éste el verdadero anhelo? Ser...desposeído.
Jamás elimines tu blog, tiene mucho sentimiento dentro. Deberías seguir escribiendo, aunque pase factura.
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