El pasillo era interminable. Lo había recorrido cientos de
veces y nunca había sido tan largo. Parecía que anduviera en una cinta estática
o que los órganos le pesaran más de lo normal sabiendo que él caminaba tan solo
unos pasos por detrás. Así le dio por repasar todas las manchas de la moqueta: había
rodales de vino y de chocolate (o eso quería pensar) y también cantidad de restos de ceniza, por
todos lados. Pensó que debería limpiarla pero, ¿cómo se limpiaba una
moqueta?
Por fin alcanzó la puerta del salón y esperó a que él pasara
primero y se sentara. Entró y colocó sus ojos enrojecidos y su juventud
extenuada encima de la mesa del comedor, al lado puso una grabadora de voz.
Encendió un cigarrillo mientras apoyaba con lasitud los pocos kilos que le
quedaban en el marco de la puerta.
- Eres un hijo de puta, pero eso ya lo sabes. Lo cierto es
que sabes tantas cosas. Ese ostracismo intelectual te envuelve como la piel al
fruto aún verde. Bien apretada y tersa, infranqueable sin cuchillo. Eres inmaduro, verde, ácido, bien apretado y
bien envuelto; pero tan peligroso cuando decides perforar tu piel escamada
para derramar algo de tu zumo en mi vida, cuando decides bajar a mi realidad
con esa sonrisa que muerde y enloquece mis relojes. Tú y tu maldito zumo de
estrella agonizante que en su último suspiro, se empequeñece y se concentra,
como deseando no explotar tan alto en mis oídos, sino controladamente. Cuando
decides desahogarte en mis oídos… - hizo ademán de acercar el cigarro a su boca
entreabierta pero se detuvo en seco y tiró la ceniza a la moqueta-. Yo en
cambio, no sé casi nada. ¿Y de ti? Bueno, si te dejara un folio en blanco
bastarían 15 líneas, depondría la poca pólvora que queda en mis armas para
siempre. Por eso te he dejado la grabadora, hablando no eres tan bueno. Tienes
5 minutos. Habla.
-…no voy a volver. Sólo venía a decirte eso. No voy a volver
nunca más.- era verdad, lo supo en cuanto la última sílaba ondeó en el aire. No había nada más que él deseara
decir. Si lo hubiera encañonado en ese preciso momento, esas hubieran sido sus últimas
palabras.
- Perfecto. Métete la grabadora por el culo y lárgate de mi
casa.
Él se marchó, por el mismo pasillo que había venido, y pensó
que alguien debería hacer algo respecto a esa moqueta. Lo único que dejó
encima de la mesa fue la grabadora.
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