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martes, 1 de mayo de 2012

la moqueta


El pasillo era interminable. Lo había recorrido cientos de veces y nunca había sido tan largo. Parecía que anduviera en una cinta estática o que los órganos le pesaran más de lo normal sabiendo que él caminaba tan solo unos pasos por detrás. Así le dio por repasar todas las manchas de la moqueta: había rodales de vino y de chocolate (o eso quería pensar) y también cantidad de restos de ceniza, por todos lados. Pensó que debería limpiarla pero, ¿cómo se limpiaba una moqueta?

Por fin alcanzó la puerta del salón y esperó a que él pasara primero y se sentara. Entró y colocó sus ojos enrojecidos y su juventud extenuada encima de la mesa del comedor, al lado puso una grabadora de voz. Encendió un cigarrillo mientras apoyaba con lasitud los pocos kilos que le quedaban en el marco de la puerta.

- Eres un hijo de puta, pero eso ya lo sabes. Lo cierto es que sabes tantas cosas. Ese ostracismo intelectual te envuelve como la piel al fruto aún verde. Bien apretada y tersa, infranqueable sin cuchillo. Eres inmaduro, verde, ácido, bien apretado y bien envuelto; pero tan peligroso cuando decides perforar tu piel escamada para derramar algo de tu zumo en mi vida, cuando decides bajar a mi realidad con esa sonrisa que muerde y enloquece mis relojes. Tú y tu maldito zumo de estrella agonizante que en su último suspiro, se empequeñece y se concentra, como deseando no explotar tan alto en mis oídos, sino controladamente. Cuando decides desahogarte en mis oídos… - hizo ademán de acercar el cigarro a su boca entreabierta pero se detuvo en seco y tiró la ceniza a la moqueta-. Yo en cambio, no sé casi nada. ¿Y de ti? Bueno, si te dejara un folio en blanco bastarían 15 líneas, depondría la poca pólvora que queda en mis armas para siempre. Por eso te he dejado la grabadora, hablando no eres tan bueno. Tienes 5 minutos. Habla.

-…no voy a volver. Sólo venía a decirte eso. No voy a volver nunca más.- era verdad, lo supo en cuanto la última sílaba ondeó en el aire. No había nada más que él deseara decir. Si lo hubiera encañonado en ese preciso momento, esas hubieran sido sus últimas palabras.

- Perfecto. Métete la grabadora por el culo y lárgate de mi casa.

Él se marchó, por el mismo pasillo que había venido, y pensó que alguien debería hacer algo respecto a esa moqueta. Lo único que dejó encima de la mesa fue la grabadora.

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