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viernes, 30 de agosto de 2013

el jornal de mis ojos

 Ella está sentada en un escaloncito después del sexo: blanca, desnuda y ausente. Especialmente acalorada, se recoge el pelo en un moño sucinto para después sacar un abanico. Lo despereza con su mano derecha y comienza a volarlo. Se refresca con bocanadas de aire, moviendo la cabeza lentamente de lado a lado, estirando su cuello delgadísimo, con los ojos cerrados y el mentón alzado. La cara, los hombros, el pecho. Maneja ese artilugio centenario del mismo modo que una rusa el mortal con doble tirabuzón. Recuperada, vuelve al mundo, mira hacia abajo y sonríe distraída. Su boca tímida, agazapada en unos labios finos, y separada por surcos graciosos de dos mofletes como albaricoques, aparece y desaparece intermitentemente, transportada entre aleteos sucesivos del abanico.

Ella es, en ese instante, el tope que puede ofrecérsele a un hombre en un día para darse por satisfecho. La vuelta a casa del temporero fronterizo. El jornal de mis ojos.
Y ese abanico prosigue su batida haciendo el amor con la penumbra, con ella y conmigo, y con lo que debe de ser vida destilada a un momento.

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El 29 de diciembre de 2012 alguien dejó un comentario anónimo en una de mis primeras entradas pero quedó sin respuesta. Tarde, pero está contestado.

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