Érase una vez un puente suspendido entre dos soledades y tejido con esperanzas “rara avis”. Un puente transitado largo atrás, viejito ahora, de madera enmohecida y cuerdas maltratadas. El pobre más que viejito, estaba añado, como cansado y como murmurando un ulular de tiempo.
Otros se inauguraron con grandes cintas cortadas por grandes tijeras, y poco a poco todos olvidaron el puente escondido, que vivía de ese suspiro callado en dos almohadas insistentes. Circulaban historias aunque nadie recordaba a ciencia cierta quién lo puso allí. Pero siempre estuvo. Tiritando con cada brisa malintencionada del viento. Sostenido de manera curiosa e inexplicable.
Un día señalado, una de esas cosas que tiene el azar, las dos soledades lo redescubrieron amarrado apenas por intenciones difíciles y bonitas:
-¿Cómo piensas cruzar el puente? Es pasado, es lento, es cansado, es inseguro.
- Aguantó con un hilito de vida las arremetidas del tiempo y nunca cedieron sus cuerdas invisibles. Así deberían ser todos los puentes. Trabajaré en él. Lo cruzaré despacio, a pasos pequeños y lo convertiré en futuro, en fluido, en vivo, en seguro.
- ¿Y si antes de conseguirlo cede bajo tus pies? Sabes que tú caerías con él y nunca llegarías a mi lado.
- Cabe la posibilidad, sí, pero lo que hay a tu lado bien puede merecer la pena. Tú quédate allí esperando si quieres, que yo voy a intentarlo.
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