Tengo una fórmula punzante que ahueca las penas y las hace tan ligeras como un queso gruyere. Con esa misma se consigue achicar la realidad hasta convertirla en un guisante incómodo que apartar del plato sin miramientos. Puede transformar, sin alto horno, dos metales envejecidos en una aleación refinada, acomodada de tal forma que no se sepa dónde empieza el uno y acaba el otro.
Se trata de abrazos lunares, de contratar un ascensor invisible que viaja a velocidad endemoniada hasta la luna para quedarse allí, en el desierto lunar, tan solo un par de segundos. El tiempo suficiente para tejer una burbuja impenetrable a la des-humanidad y apoderarse del satélite. Dos astronautas, vestidos de calle, fundidos en un abrazo sinérgico que grita: “La luna es nuestra y aquí nada nos puede tocar, nada nos puede tocar.”
Lo mejor de esta fórmula es que, al desencajarse el puzle, abandona momentáneamente los huesos a una suerte de porosidad hibernal, cómo si el astronauta de enfrente hubiera escondido un “tupper” con la energía de tus tuétanos. Premiándote a ti, de la misma manera, con una ración análoga de energía que devorar, para enriquecer y reciclar tus huesos.
No creáis que es tarea fácil ésta de ser alquimistas de energía, conocer la fórmula no es suficiente. Hacen falta química, tablas y ternura para conquistar la luna con un abrazo, para alimentarse de esta forma. Quizá también la pareja adecuada para hacerlo. Yo tengo mi astronauta preferida desde hace muchos años.
PD. Leí en una ocasión que en aras de que un abrazo sea químicamente pleno debe representar un contacto de, al menos 10 segundos, el tiempo mínimo a fin de que el cerebro de los participantes segregue las sustancias necesarias. No sé a qué esperáis para repartir abrazos lunares a todo aquel que os importe la mitad que vosotros mismos, panda de mamones. Felices fiestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario