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martes, 13 de diciembre de 2011

congelando tu despertar

Él despertó primero. Las rendijas de la persiana filtraban ribetes de luz que jugueteaban por la habitación, veteando las siluetas a su paso. Ella solo sabía dormir en absoluta oscuridad, pero a su lado era capaz de hacerlo de cualquier manera, convirtiéndolo en su guardián de sueños. 

Nunca se lo contó pero, en muchas ocasiones mientras aún dormía, él la observaba fijamente. A trasluz y en silencio, desde una ventana de asombro, como un neonato que descubre maravillado sus manos por primera vez. Sonriendo y maldiciendo a partes iguales porque sin acordarse bien de cómo, cada suspiro de esa boca era el motor de sus días.

Después de un rato, encaminaba sus pasos a la cocina para preparar el desayuno, vigilando de reojo, con un miedo burbujeante a darle la espalda completamente, por si algo fuera a borrar su menuda figura de la cama.
Al acabar, solía dejarlo sobre el escritorio y regresaba a su lado para saborear la imagen, mejor que mil caviares, de verla transpirar ese tranquilo perfume de sueño. Su pelo, convertido en un torrente de negrura, empapaba ahora la almohada que tantas veces murió de sed y sus pies nerviosos daban fin a todas las empresas fracasadas entre esas mismas sábanas.

Y ahí se quedaba él, levitando, hasta el instante en que ella decidía volver del mundo de Morfeo. Un instante infinito y mudo que retrataba en penumbra, para congelarlo en lo más profundo de su retina. Mientras, ella, desperezándose con dulzura cotidiana, se incorporaba y le susurraba la misma pregunta de siempre…

“¿Por qué me miras de esa forma?”

…a lo que él, arreglándole el pelo detrás de la oreja, respondía con idéntico susurro.

“¿Y tú por qué despiertas tan pronto?”

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