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viernes, 17 de junio de 2011

tobogán

La vida funciona como un tobogán de un parque infantil. El que hace cumbre está irremediablemente condenado a bajar después. Pese a ser conscientes de ello, todos nos apiñamos en la cola, protestamos sin cesar y nos pegamos tortas por ser los primeros de la fila. Algunos, los más espabilados, hasta se pretenden colar. Todo ello por saborear esos pocos segundos en la cima, los que transcurren desde el primer escalón hasta la boca del tubo. Ahí estás tú, por derecho, por turno, por lo que sea. Este es tu momento de gloria pero, en lo que dura un parpadeo, se ha esfumado, sin más, ¿cómo y por qué?.

Sólo en el instante en que tus pies tocan ese suelo polvoriento por primera vez eliges qué tipo de persona quieres ser. Porque después de deslizarte desde tan arriba, aún con el regusto en los labios y el hormigueo en la barriga echas, indefectiblemente, la vista atrás. Y cuando echas la vista atrás, o eres consciente de que estás derrotado y no quieres volver a la cola o caes en la cuenta de que la pelea  por un trocito de felicidad no ha hecho más que comenzar.

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